APUNTES BIOGRÁFICOS SOBRE MADRE CÁNDIDA DE SAN AGUSTÍN 1, 11

sábado, 29 de septiembre de 2012
     69.    En la tarde de la Pascua del Espíritu Santo de 1857, es decir, del 31 de Mayo en que cayó ese año, degolló en Toledo un marido a su mujer. Era esta de veintiséis años, buena y bondadosa y había estado por la mañana hablando con la Madre Sor María Cándida. El marido, después de degollar a su mujer, cerró la puerta de casa, corrió la voz de haberla encontrado degollada y se fué a dar parte a la Justicia, denunciando el delito y diciendo que ignoraba quién fuese el autor. Al levantar el cirujano el cadáver, la cabeza de la mujer cayó sobre la espalda, quedando prendida del cogote por un solo tendón; alzó la cabeza el cirujano y nada más unirla al cuello, a vista de todos los presentes, abrió los ojos la mujer, llevando todos un susto muy grande, y empezó a hablar diciendo que dos velas que tenía en casa eran para el Niño Jesús del Consuelo de la Madre Cándida, que dos pesetas, que echando la mano sacó del bolsillo, eran para una misa que tenía ofrecida a una Virgen y que no tenía más, porque su marido se lo tenía todo encerrado. El marido al ver esto se puso delante de ella de rodillas y la dijo; "-Mujer, ¿me perdonas?" y ella contestó: "-Sí, te perdono", añadiendo que quería confesarse. Después de confesarla le preguntó el confesor, que se llamaba D. Antonio, cómo había sido el no morir, y respondió que al ser degollada dijo: "-¡Ay, Madre Cándida ampáreme usted", y que la Madre Cándida se presentó e hizo que no muriese sin confesión. El juez preguntó después quién la había degollado, a lo que contestó que no había por qué decirlo. En seguida, a vista de todos, expiró, dejándolos admirados y pasmados de lo que habían visto. Por algunos días se habló mucho en Toledo de este suceso.

     70.    En Madrid estaba una señora de parto, muy apurada, sin poder salir de su paso, y todos desconfiaban de que pudiese librar bien. Tenía la paciente noticia de la Madre Sor María Cándida, empezó a clamar que la amparase y favoreciese en el peligro en que se hallaba y que no permitiese se perdiese aquella alma que llevaba en su seno; en seguida vino la Madre Sor María Cándida, cogió a la enferma y diciéndole: "-Hija, no tengas miedo", dió a luz felizmente. Luego vieron las monjas a Sor María Cándida con el hábito manchado de sangre y se descubrió el caso: también las personas que habían recibido el favor lo dijeron a otras conocidas suyas.
      71.    Por Junio de 1858 entró uno en Aranjuez a bañarse en el río Tajo, se descuidó un poco y llegó  a verse perdido en medio del agua de modo que se ahogaba. En aquel trance dijo: "-Madre Cándida, ampáreme usted", y conforme estaba ya dando vuelcos en el agua, vió que vino la Madre Cándida, le cogió del pelo y le puso libre en la orilla. Nadie supo nada de esto hasta que él mismo fué a Toledo, llamó  al  torno  del  convento,  diciendo a voces: "-Que baje la Madre Cándida, que salga, que vengo a darle gracias, porque me ha sacado del río, que ya me estaba ahogando", y contó lo sucedido. Cuando más la Madre Cándida le encargaba que callase y no lo dijese a nadie, más lo publicaba.
         Había contado el interesado este suceso a un sacerdote, asegurándole que la Madre María Cándida le había salvado, y el sacerdote, que la había conocido en Alcalá, oídas las señas de la toca redonda, dijo que no era ella, pues usaba toca de pico. Enterada la Madre María Cándida de la disputa acerca de su toca, respecto de la cual el favorecido con el milagro en vista de la que tenían ella y su compañera Sor Dolores, se afianzaba en su parecer, dijo la Madre: "-Ambos tenían  ustedes razón, porque en Alcalá la llevábamos de pico y aquí (en Toledo) redonda."

¡Madre Cándida, ampáreme usted!
     72.    Dos hermanos arrieros llevaban una escopeta, y caminando más allá de Orgaz fué a cogerla uno de ellos cuando, sin saber cómo, salió el tiro e hirió al otro de muerte. Al ver aquél a su hermano en el suelo y  medio  muerto  empezó  a  llorar  y  a  llamar  a  voces  a  la  Madre Cándida, diciendo: "-Madre Cándida, ampáreme usted. Dos hermanos desgraciados:  el uno muerto y el otro perdido y le matarán. Haced que viva y declare para que no nos perdamos y seamos desgraciados los dos". Así decía mientras iba corriendo al pueblo más cercano a dar parte a la Justicia. Cuando vino el juez pudo el herido declarar y recibir el sacramento de la penitencia, muriendo poco después. El que sobrevivió fué luego a dar gracias a la Madre Cándida, y contando lo sucedido lloraba de agradecimiento, diciendo que se había presentado la Madre en aquel conflicto y los había amparado a los dos, al uno consiguiéndole que no muriese en el acto y que se confesase, y al otro obteniéndole que saliese libre mediante la declaración de la verdad por parte del herido. 
     73.    Tanto había aprovechado la Madre María Cándida en el amor de Dios, que se regocijaba en los padecimientos por agradarle. "-Yo puedo decir de mí, escribía el 21 de Abril de 1850 a D. Manuel Raposo, después de discernir los padecimientos de cierta persona poco conforme en ellos con la voluntad de Dios, que: "en la cruz tengo todas mis delicias: este es el camino que nuestro Dios nos ha enseñado; fuera de él no hay salvación". "-Hace nueve años ando delicada, decía al señor Nuncio en carta de 9 de Mayo de 1853, y estoy tan bien  con mis padecimientos que no quiero salud." En otra carta de 21 de Noviembre de 1853, al dicho señor Raposo , decía: "-¡Qué consuelo el padecer por el amado Jesús! El alma rebosa y desfallece por el amado".  

     74.    Grande era también la caridad de la Madre Sor María Cándida respecto de sus prójimos, y el Señor la ponía con medios muy extraordinarios en condiciones de practicarla. Misteriosamente la hacía viajar, las más de las veces de noche, para socorrer necesidades. Cuando más descuidada estaba, muchas veces le decía: "-Corre, ve a tal parte y remedia aquello." Ella le decía: "-Señor, ¿por qué no lo hacéis vos? ¿Qué necesidad tenéis de que vaya yo? Vos sois poderoso y lo podéis remediar todo." Pero el Señor la respondía: "Quiero que vayas tú y lo hagas." Unas veces iba acompañada de su Ángel de la Guarda; otras, las más, de San Felipe Neri, y otras también de San Francisco de Paula. De aquí la resultaban muchos motivos de padecer y de ejercitar otras virtudes, porque veía con dolor tantos males, las ofensas de Dios tan grandes y el daño y perdición de muchas almas, y también porque solía permitir el Señor  muchas veces que estos misteriosos viajes se descubriesen, cosa que para ella era causa de gran confusión y vergüenza.  

     75.    Era asimismo extremada su caridad para con las almas del purgatorio, orando y padeciendo mucho por aliviarlas, y el Señor, también con medios muy extraordinarios, la ponía en condiciones de practicarla, permitiendo que viese muchas padeciendo y se le presentasen pidiéndole sufragios. Estando un día la Madre María Cándida hablando con don Justo, hermano de D. Manuel Raposo, se paró, y después de un momento de suspensión, dijo: "-¡Bendito sea Dios!, que ni de día ni de noche me dejan un instante." Y luego añadió: "-Mire usted, me molestan  y me dan más que hacer y padecer las ánimas del purgatorio que tanta gente como viene de los pueblos con clamores para que los socorra; porque no me dejan ni de día ni de noche descansar, y me causan mucho tormento y aumento de todos mis padecimientos, y no puedo por menos de hacer y padecer cuanto puedo por ellas." Muchas veces ofrecía ella satisfacer al Señor por las almas para que fueran a gozar de Dios, y el Señor aceptaba esos ofrecimientos y después exigía de ella padecimientos y satisfacciones; de modo que estaba  siempre hecha un dolor y una llaga toda ella. 

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lunes, 24 de septiembre de 2012
     59.    Fué muy perseguida Sor María Cándida de los demonios infernales, y era tanta la guerra que la hacían, que la daban golpes, la tiraban por el suelo y la hacían rodar por el coro, como una pelota, se le aparecían con figuras horrorosas y escandalosas y tanto era lo que la asustaban que durante cuatro meses tuvo que dormir en la celda de una compañera para poder descansar algo, hasta que una noche, al ir a la celda de dicha compañera, se le apareció la Santísima Virgen y le dijo: "-¿Adonde vas? No temas. ¿No quieres mucho a mi Hijo?". Y acariciándola, la hizo entrar en la cama, la puso la mano en la frente e hizo que durmiera hasta la mañana. Desde entonces pudo dormir en su celda; pero no por eso dejó de ser atormentada de dichos enemigos toda su vida, aunque no los temía.

     60.    Cierta noche, la querían ahogar entre seis de estos enemigos, en presencia de toda la Comunidad, y la Prelada les mandaba por obediencia que la dejaran en paz; no obedeciendo ellos, empezaron todas las religiosas a rezar en alta voz el Ave María y así desaparecieron, pero dejándola muy maltratada, porque la habían sacado un pedazo muy grande de la lengua.

     61.    La hacían también gran guerra para impedirle comulgar. Unas veces se la ponían delante en figuras horrendas; otras ponían fuego al hábito que Sor María Cándida veía arder sin quemarse, y otras, la apretaban y cerraban la boca para que no la pudiese abrir; pero al acercarse a la ventanilla del comulgatorio, a presencia de Jesús Sacramentado, tenían que huir y desaparecer, dejándola con más méritos y mejor disposición para recibirlo, o tenían que estar allí para mayor rabia y confusión, si el Señor así se lo mandaba o la misma Sor María Cándida en nombre de Dios.


Comulgatorio del Convento de la  Concepción de Toledo

     62.    También la mortificaban mucho cuando escribía  a algunas de las personas con las cuales tenía correspondencia, tirándole una veces la pluma, otras el tintero, otras la tinta sobre las cartas o el papel, y alguna vez hasta una silla, intentando matarla; pero nunca consiguieron hacerla desistir de su intento.

     63.    En cierta ocasión, el enemigo que la atormentaba la dijo: "-Yo soy el mismo Lucifer, que me das tú sola más guerra que todo el mundo", a lo que ella contestó: "-Pues a pesar tuyo te tengo que quitar las almas para mi Dios", y no pudiéndola sufrir echóla dos ajos, oídos por la compañera, y la dejó en paz.

     64.    Al paso que era tan atormentada de los enemigos infernales era muy favorecida del Señor y de su Santísima Madre, teniendo ambos con ella sus delicias y acariciándola como a su querida hija. Celebró el Señor con ella los castos desposorios, siendo madrina la Santísima Virgen. Entre otras dulzuras de amor el Señor la dijo: "- Cándida de mi corazón, tu eres mi esposa amada", y lo mismo se leía en el anillo que la pusieron ese día. Ambos la colmaron de abundantísimos dones y noticias para bien suyo y de los prójimos, haciéndole la gracia de que conociera el interior de las personas para saber dirigir sus almas: usando caritiativamente de esta gracia ganó muchas almas para Dios.

     65.    En otro éxtasis empezó a hablar en latín cosas altísimas de la Esposa de los Cantares y Sor Dolores se puso a escribir lo que oía; pero, no pudiéndola seguir, lo dejó después de haber escrito bastante. Cuando volvió del éxtasis dijo a Sor Dolores: "-Dame lo mío", a lo que ésta contestó que no tenía nada suyo; pero insistiendo la Madre María Cándida en que se lo diera o lo quemara, por no disgustarla le dió lo que había escrito. Por esto reprendió después el confesos a Sor Dolores.

     66.    Una vez, después de comulgar, se apareció el Señor a la Madre María Cándida con una niña en brazos, y ella le preguntó: "-Y dime, Esposo mío, ¿quién es esa niña tan hermosa?" Y el Señor la contestó: "-Esta eres tú, tal está tu alma".

     67.    Otra vez el Señor la dijo: "- Tu nombre será celebrado en todo el mundo como el de otro San Antonio Abad."
       68.    Favorecióla también el Señor con otras celestiales visiones, profecías, revelaciones y otras gracias muy estraordinarias. Entre éstas se cuenta la muy especial de oir, si con fe la llamaban, aunque fuera desde muchísima distancia, y favorecer a cuantos la buscaban. De los muchos casos que pudieran citarse referimos sólo algunos.

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lunes, 17 de septiembre de 2012

 
¡Llevame a la Madre Cándida!

     47.    Deseaba Sor María Cándida tener una imagen del Niño Dios, y preguntándola un sacerdote, que iba de Alcalá a Madrid, si quería algo de Madrid, contestó: "-Si encontrara usted un Niño Dios para mí, me lo traía usted." Al subir en Madrid el sacerdote a la casa donde iba, pasando por una prendería que había en la calle de Alcalá, oyó una voz que decía: "- Llévame a Sor María Cándida." Cosa que le llamó mucho la atención; pero siguió adelante. Al bajar de la casa y pasar de nuevo por la prendería volvió a oír por dos veces lo mismo; entonces, muy admirado, se paró y preguntó al prendero de donde salía aquella voz, y el prendero respondió: "-Señor, de aquella imagen", señalándole una del Niño Dios. Preguntole de nuevo si la quería vender, y contestándole que para venderla la tenía, se convinieron en el precio, pagólo el sacerdote y se llevó al Niño, contento de llevar a Sor María Cándida lo que ésta tanto deseaba. Apenas ella vió la imagen, le gustó mucho y le puso por nombre Niño Jesús del Consuelo, y desde entonces fué siempre el consuelo de Sor María Cándida y de muchos que, por medio de la devoción a esta imagen, promovida por Sor María Cándida con estampas y objetos tocados a ella, obtuvieron muchos milagros y favores, de los cuales a continuación se refieren algunos. 

     48.    Don Cesáreo Humarán, confesor de Sor María Cándida, en tiempo de una revolución fué metido preso en la cárcel de Alcalá, y durante cinco meses que allí le tuvieron mandaba Sor María Cándida todos los días al Niño Jesús del Consuelo para que le acompañase, y el Niño iba  como se le mandaba; el mismo D. Cesáreo dijo después que en aquellos cinco meses no tuvo otro consuelo que la visita de este Santísimo Niño. Quisieron también asesinar a D. Cesáreo en la cárcel; pero al ir el asesino a clavarle el puñal, llegó el Niño Jesús, y el delincuente quedó con el brazo tieso e inmóvil, teniendo que retirarse lleno ce confusión. Don Cesáreo fué luego desterrado  a las islas Canarias.

     49.    Estando un día por la mañana Sor María Cándida pidiendo mucho al Niño Jesús del Consuelo por su confesor desterrado, este Santo Niño le dijo: "-Dentro de un año estará a esta misma hora tomando chocolate contigo." A lo que ella sencillamente contestó: "-No te creo, si no me lo firmas." Y le presentó un papel para que se lo firmase; el Niño firmó de su mano, y ella guardó el papel para enseñársele al confesor cuando volviese. Al año justo, a la misma hora que había dicho este Santísimo Niño, estaban juntos Sor María Cándida y el confesor tomando chocolate en el locutorio; ella sacó el papel firmado por el Niño Jesús y se lo hizo ver al confesor, contándole lo que había pasado, y el confesor conservó después ese papel, que tenía la más preciosa firma.

     50.    Había llevado consigo la Madre María Cándida a Toledo esta imagen del Niño Jesús del Consuelo, que también allí hizo muchos milagros. La misma Madre María Cándida, en 4 de Agosto de 1855, escribía desde Toledo a una prima suya: "Viva Jesús. -Mi amada prima: Acabo de recibir tu apreciable carta, a la que te contesto sin demora para mandarte esas estampitas y una cinta tacada a mi Niño Jesús del Consuelo que acaba de hacer un milagro. Ha sido que había un amigo mío con el cólera muy a las últimas; le estaban auxiliando: en la misma casa estaban otros dos con la Santa Unción. Este amigo mío de quien te hablo es sacerdote muy bueno: le mandé de esta misma cinta un pedazo; al momento que se la pusieron cesaron los vómitos y los calambres. Viendo esto, pusieron la cinta a los otros dos enfermos, con igual resultado; de modo que ya están levantados los tres enfermos. No dejan de venir a verme y decirme que les dé una cinta, que ya he repartido muchas, y a pedirme vienen propios de los pueblos sin conocerme: no cesan de llamarme".

     51.    Quiso este santísimo Niño ser llevado a Madrid para ser retocado, y el 16 de Septiembre de 1858, estando la Madre María Cándida con Sor Dolores de Jesús en la celda mientras las demás religiosas dormían la siesta, el Niño Jesús se fué a la falda de la Madre María Cándida, que al verle se quedó parada, y la dijo: "-Mándame a la Vicenta Mónaco y dila mande al mejor escultor me retoque y me haga una peana que me dé más majestad que ésta." Fué tanta la pena que sintieron las religiosas al saber que tenía que salir el Niño de casa que se pusieron algo malas.

    52.    Un caballero, amigo de la Madre María Cándida, enterado de lo sucedido, llevó al Niño a Madrid a un colegio de niñas, situado en la Plazuela del Conde de Barajas, que estaba a cargo de doña Vicenta Mónaco su hija. Estando presentes las niñas del colegio con otras personas, entre ellas un sacerdote, el santísimo Niño bajó la cabeza. cerró los ojos y los abrió, fijándolos en el sacerdote. Echaron suertes entre los tres escultores de los mejores que había en Madrid para saber quién de ellos había de retocar al Niño, y tocó la suerte al escultor conocido con el nombre del Sordito. Era éste el excelente artista, alumno que fué de la Academia de San Fernando, D. Manuel Bellber, que nació en 1817 y murió en 1876. 
Santísimo Niño Jesús del Consuelo
Imagen que se venera en el Monasterio de MM.Agustinas de Valdepeñas (Ciudad Real)

     53.    El capellán de dicho colegio, llamado D. Ildefonso, estaba enfermo de muerte y desahuciado de los médicos. Doña Vicenta, movida de la fe y confianza que tenía en el santísimo Niño Jesús del Consuelo de la Madre Madre María Cándida, y acompañada de otra persona, entró donde estaba el enfermo y le dijo: "-Vamos, anímese usted y tenga confianza, que le traigo una estampa del Niño de la Madre Cándida y le va a poner a usted bueno; pídale usted con fe y confianza." Lo mismo fué oír esto el enfermo y ver la estampa del Niño que sentir en su alma tal confianza, contrición y amor, que en alta voz protestaba y proponía servir al Señor con más fidelidad en adelante, pidiendo a la vez a la Madre Cándida que le ayudase en lo que prometía y le alcanzase del Señor la salud del cuerpo y la del alma; en seguida sintió en el cuerpo una novedad y reacción tan grande que se sentó en la cama con toda agilidad, habiendo estado antes como baldado y sin poderse mover. El médico, a la mañana siguiente, pensando encontrarle muerto, le halló en disposición de tomar alimento, y no pudo menos de confesar que aquello había sido un prodigio. El mismo D. Ildefonso decía después a todos que su salud y su vida se la debía al santísimo Niño Jesús del Consuelo y a la Madre Cándida.

     54.    Deseó la Madre Carlota, Superiora entonces de las Salesas Reales de Madrid, ver y venerar esta prodigiosa imagen del Niño Jesús del Consuelo de la Madre Cándida, y ésta dió orden, cuando la imagen estuvo en Madrid para ser retocada, de que se la llevasen al Monasterio, como consta de la carta de la Madre María Cándida de 6 de Octubre de dicho año a la misma Madre Carlota, en que la dice: "Ya escribí llevasen a usted a mi embeleso amado, a mi hermosísimo Niño Jesús del Consuelo; no dude usted lo llevarán." 

     55.    Estando D. Manuel Raposo con la Madre María Cándida y otras religiosas en el convento de Toledo, sacaron al santísimo Niño para que le vieran dicho señor y otras personas que estaban fuera. Al despedirse se pusieron de rodillas para encomendarse a él, y delante de todos les echó la bendición; las novicias se asustaron al verle mover el brazo, y la Madre María Cándida les dijo: "-¿Qué os asustáis?Es que echa la bendición."

     56.    Otro día estaba el locutorio lleno de gente y llegó una joven que tenía recibida la Madre María Cándida para religiosa de velo blanco, y delante de todos le alargó la mano, de modo que todos al verlo llevaron un gran susto. Decía después la Madre María Cándida que aquella joven era una buena alma.

     57.    Se estaba uno muriendo después de recibir los Santos Sacramentos, llevaron una estampa de este santísimo Niño, se encomendó de veras a Él y en seguida se puso bueno. Luego le hizo una función en acción de gracias.

     58.    Un médico se hallaba a punto de morir desahuciado de otros médicos, le llevaron una estampa del Niño Jesús del Consuelo, se encomendó a Él y sanó luego.
       Son innumerables los prodigios obrados por este santísimo Niño.



APUNTES BIOGRÁFICOS SOBRE MADRE CÁNDIDA DE SAN AGUSTÍN 1, 8

martes, 11 de septiembre de 2012
     42.    Tenía Sor María Cándida un corazón muy compasivo, y Dios Nuestro Señor, por medios sobrenaturales muy extraordinarios, la ponía en condiciones de ejercitar su  gran caridad para con los prójimos. Estaba, por ejemplo, una noche Sor María Cándida sirviendo en el refectorio cuando las religiosas cenaban, y la Madre Priora, notando que se quedaba parada sin poder hacer nada, la dijo: "-Pero, ¿qué haces, que te quedas parada?" "-Madre, no puedo más -respondió-, porque están degollando a una mujer en la calle y estoy pidiendo por ella." Las otras le dijeron que si porque ella lo dijese había de ser así, que qué sabía ella, que siguiese sirviendo a la mesa y se dejase de aquello. No había salido la Comunidad del refectorio, cuando las religiosas oyeron que las campanas tocaban a muerto, y era por aquella mujer entonces asesinada.

     43.    Otra noche, fuera de Alcalá, estaban  matando a un hombre, y el Señor mandó a Sor María Cándida que fuese a socorrerle. Cuando llegó vió cómo le estaban dando de puñaladas en el pecho, y el pobre no hacía más que decir: "-Señor y Dios mío, yo los perdono; Virgen Santísima, amparadme." Y aquellos hombres se fueron dejándole ya por muerto. Sor María Cándida se le presentó, le puso el pañuelo que llevaba y le consoló. Después fueron a recogerle los de la Justicia y le llevaron al hospital, donde le reconocieron nueve heridas, todas ellas mortales, por las que decían todos que aquel hombre moriría.
     Por la mañana vieron las monjas que Sor María Cándida tenía el hábito todo manchado de sangre, y se asustaron, pensando que se habría dado algún golpe o herido con algo; pero ella disimuló como pudo, pasando mucha vergüenza y confusión, viéndose descubierta. Luego se quejaba con el Señor y le decía: "-Pero, Señor, ¡qué cosas tenéis!; después que hacéis que haga las cosas luego las descubrís."
     El hombre aquel curó se sus heridas y se puso pronto bueno; después fué al convento, llamando al torno muy deprisa, preguntando por Sor María Cándida y diciendo que venía a traerle el pañuelo que le había puesto en las heridas y a darle las gracias por haberle amparado, pues por ella no le habían acabado de matar y por ella le había concedido el Señor que sanase y no muriese de aquellas heridas. Bajó al torno Sor María Cándida, y por más que decía al hombre que se llevase el pañuelo y no dijese nada, él más lo publicaba lleno de agradecimiento.

     44.    Sor María Cándida era muy devota del Santísimo Sacramento; comulgaba todos los días y a veces se iban dos o tres formas juntas con la que la daba el sacerdote. Al notar esto las monjas se quejaron al Vicario General y éste mandó un sacerdote a observar aquello, disponiendo que se le diese una sola forma como a las demás; pero aunque el celebrante, a presencia del otro sacerdote, no tomaba más que una forma para dar la comunión a Sor María Cándida, volaban del copón otras cuatro, seis o más y se iban a entrar en la boca de ella; así quedaron todos convencidos de lo que el Señor hacía con esta su amada Sierva.

     45.    Muchas veces la dió de comulgar el Señor acompañado de su Santísima Madre y de algunos Santos. En la comunión la concedía  el Señor muchas gracias y favores: quedaba extática, se elevaba en el aire y despedía tal fragancia, que las religiosas la percibían. El primer arrobamiento que tuvo la duró tres horas, y la hicieron sangrías y la pusieron ventosas, creyendo que se trataba de un accidente. Tenía que irse del coro al instante que comulgaba, por la vergüenza que le daba todo aquello, y pedía con instancia al Señor que no la diese nada extraordinario exterior. Tuvo que padecer mucho por estas cosas, porque cada cual las recibía como le parecía y no como eran. 

     46.    También fué muy devota de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, que se le aparecía todos los días en diferentes pasos de la misma y en otros misterios de su Vida, declarándoselos con la más clara inteligencia. Una vez que se le apareció con la cruz a cuestas le dijo: "-Mira, hija mía, cómo me han puesto los pecadores." Diferentes veces se la apareció andando la Via Crucis, y una de ellas, de verle tan lastimado, cayó desmayada. El Señor pagó esta devoción de su sierva imprimiéndola sus llagas en manos, pies y costado y la corona de espinas en la cabeza, aunque todo ello oculto y sólo para más padecer y merecer para sí y para sus prójimos. Fué asímismo muy devota del Sagrado Corazón de Jesús.

APUNTES BIOGRÁFICOS SOBRE MADRE CÁNDIDA DE SAN AGUSTÍN 1, 7

jueves, 6 de septiembre de 2012
     35.    Era Sor María Cándida, en medio de todo, muy sencilla e inocente. Un día pasaba un hombre vendiendo naranjas por la calle y diciendo a voces: "-¿Quién quiere naranjas?"; le oyó Sor María Cándida, le hizo llamar y cogió las que quiso, invitando a que hiciesen lo mismo las demás. Cuando ya se iba a marchar el hombre dijo: "-Vamos, ¿me paga usted?", Sor María Cándida se quedó parada diciendo: "-¡Ay, buen hombre! yo pensaba que eran de balde y yo no tengo dinero. Como decía usted, ¿quién quiere naranjas?, yo las quería, y por eso le he llamado a usted" y le devolvió las que habían tomado. El hombre, al ver tal sencillez e inocencia, les dejó algunas, y luego vendió las demás al instante y bien vendidas. Después, siempre que iba a vender naranjas u otra cosa iba derecho al convento, diciendo que llamasen a la Madre de las naranjas, y la rogaba que tomase las que quisiese: Sor María Cándida tomaba poco, porque le hacía lástima, pues el hombre lo necesitaba, y para remediar su necesidad vendía; pero el hombre la hacía tomar más o se lo daba, diciendo que así tenía la venta segura, refiriendo lo pasado.

¿Quién quiere neranjas?


36.   Siendo   Sacristana, cuando retiraban los recados de las misas al instante iba a mirar los cálices, y si tenían algo lo escurría, y si encontraba alguna partícula en los corporales  se
la comía: tal era su sendillez  y amor del Señor. Dos veces, que estaba bastánte mala, vió dos partículas grandecitas en los corporales y se las llevó a la cama, quedando muy contenta, porque tenía al Señor consigo; fueron a visitarla las monjas, y viéndola tan contenta la preguntaron por qué estaba tan alegre, y ella contestó: "-Porque tengo aquí al Señor conmigo abrazado" y se le enseñó, diciéndolas lo que era. "-¡Criatura!- dijeron las religiosas alborotadas-, ¿por qué has hecho eso?"; y ella respondió: "-Porque, ya que le había visto en el corporal, no quise dejarle allí solo, que mejor estaba conmigo, y me lo he traído." Y tubo que entrar el capellán y llevar el Sacramento al sagrario.  Después, cuando lo contaba, se reía mucho de lo que en su sencillez había hecho con el Señor, y decía a D. Manuel Raposo: "-¡Ay, hermano, que vergüenza pasé las dos veces cuando tuvieron que ir toda la Comunidad y el sacerdote con velas encendidas para llevarse al Señor de mi cama". 
         
         
     37.    También solía hacer como una niña lo que veía hacer a los sacerdotes. Se ponía una estola, cogía la bendición de los escapularios y los bendecía con agua bendita y todo, hasta que la dijeron que ella  no podía hacer aquello, que sólo los sacerdotes eran los que podían. Y decía: "-Pensaba que yo también podía." Se reía después mucho cuando contaba estas cosas, y añadía que por entonces esperaba que con el tiempo había de poder decir misa.

     38.    Una noche, estando muy descuidada, la dijo de pronto, después de media noche, San Felipe Neri: "-Vamos a Madrid." "-¿A qué?, Santo Abuelo"-preguntó Sor María Cándida. "-A recoger un niño recién nacido que han echado a la calle de Embajadores, no sea que un perro se lo coma" -contestó el Santo-. Fueron, lo recogieron, que estaba envuelto en un trapo, lo llevaron a San Juan de Dios y allí lo dejaron. Por la mañana, con toda su sencillez, preguntó   cómo era aquello y de dónde eran esos niños que caían así a la calle.

     39.    El P. José Puideval, Filipense, confesaba a Sor María Cándida, la visitaba mucho cuando iba a Alcalá y decía de ella que era el alma más pura, más cándida y más sencilla que había visto. En cierta ocasión le dijo:  "-¡Cándida, Cándida! ¡Qué corona tan hermosa te están haciendo los ángeles!".  Y ella  se  echó  las  manos a la cabeza  y  con  toda  sencillez le dijo:  "-Padre, ¿dónde está, que yo no la veo ni la siento?".

     40.    Delante de un cuadro de Santa Rita, que había en el clautro, oraba un día Sor María Cándida por su confesor desterrado, rogando a la Santa que intercediese para que volviese pronto, y cuanto más instaba por que la contestara que lo haría, la Santa desde el cuadro no le decía más que "Santa María , Madre de Dios"; y como no respondía esto a lo que  ella deseaba, en su sencillez la dijo: "Anda a paseo", y la dejó.

     41.    Era también la Madre María Cándida muy humilde y muy paciente, sufriendo con paz y en silencio las censuras y críticas que dentro y fuera del convento se hacían contra ella, por causa de las cosas extraordinarias que experimentaba y de las muchas visitas que tenía, aunque con permiso de la Superiora, de toda clase de personas, especialmente de las que frecuentaban las aulas de la Universidad.