APUNTES BIOGRÁFICOS SOBRE MADRE CÁNDIDA DE SAN AGUSTÍN 3 , 1

sábado, 23 de febrero de 2013
                                                 III
                                           
                   HEROICIDAD DE LAS VIRTUDES 
                          DE LA SIERVA DE DIOS
          SOR MARÍA CÁNDIDA DE SAN AGUSTÍN

     167.    La Sierva de Dios Sor Mª Cándida de San Agustín ejerció todas y cada una de las virtudes, tanto teologales como cardinales, en grado heroico, es decir, de modo más extraordinario que el acostumbrado por las personas justas y dedicadas a la piedad. Y en el ejercicio heroico de esas virtudes fué siempre igual y constante hasta la muerte, y en las cosas arduas y difíciles se mostró siempre contenta y de ánimo pronto y dispuesto a emprenderlo todo y sostenerlo todo por amor de Dios; de modo que sirvió  a todos de ejemplo admirable de toda virtud.

     168.    Desde niña dió en el siglo extraordinarias pruebas de virtud y se mostró heroica en su resolución de ser religiosa y poner en práctica el deseo vivísimo de consagrarse completamente al servicio de Nuestro Señor Jesucristo por medio de la profesión de los votos solemnes en la Orden de San Agustín.

     169.    Resulta evidente el heroísmo de su virtud en el desempeño de la misión que el Señor la confió de fundar el convento de Agustinas de la villa de Valdepeñas, lugar en que nació y donde en el convento por ella fundado se conservan actualmente sus restos. (Así fue    hasta la guerra civil del 1936, durante la cual fue profanada su sepultura y sus restos mezclados con los de otras y llevados al cementerio municipal).

      170.    Se distinguió especialmente por su gran caridad para con los prójimos vivos y difuntos, sirviéndose en favor de todos con gran espíritu de sacrificio de los excepcionales dones sobrenaturales de que plugo al Señor adornarla abundantísimamente.


                                                        VIRTUDES   TEOLOGALES 

                                                                     De   la   fe.

      171.    Manifestó desde joven su fe heroica en el asentimiento a todas las verdades, haciendo con frecuencia actos externos de fe y declarándose pronta, si fuese necesario, a derramar su sangre por confesar los misterios de la santa fe católica.   

El general Riego arengando a los valdepeñeros
     172.    Cuando la guerra civil del 1820 a 1823, vió a Riego en Valdepeñas que desde el balcón del Ayuntamiento hablaba contra la Religión; en seguida se puso valientemente a contradecirle y a disputar con él, reprendiéndole por el mal que hacían él y sus secuaces. Por esto la pusieron presa y quisieron quitarla la vida; pero al sacarla de la prisión con este objeto, el que lo mandaba quedó muerto de repente, librándose así la Sierva de Dios de la muerte.

     173.    Varios de sus parientes eran del mismo modo de pensar que Riego, a los cuales la joven María Cándida dijo un día: "-Riego tiene que morir ahorcado." Y reprendiéndola uno de ellos, que era militar, le contestó: "-Y tú le tienes que acompañar cuando le lleven a la horca." Y así sucedió todo, porque Riego fué condenado a morir en la horca, y cuando iba a ser ajusticiado, el oficial que acompañaba al piquete de soldados se puso enfermo y tuvo que sustituirle el siguiente, que era precisamente el pariente militar que había contradicho a María Cándida.



     174.    Disputó también ésta con otro masón que había allí, y tales cosas le dijo y tanto rogó por él, que se convirtió, mudó de vida y al poco tiempo murió cristianamente.



María Cándida anuncia el final del general Riego.

     175.    Siendo religiosa en Toledo, quiso que fuese a verla un hombre incrédulo, impío y blasfemo, y rogó a su mujer, piadosa y amiga de la Madre, que hiciera lo posible porque el marido fuese a visitarla. Condescendió el hombre, aunque de mala gana; pero al saludo cariñoso de la Madre contestó con insultos e improperios delante del criado que le acompañaba y diciendo que le había hecho ir para una ñoñería y otras cosas por el estilo. La Madre dejó que se desahogase; pero luego empezó hablarle de Dios, y al decirle en la disputa:  "-¿Quién ha hecho esa luz tan hermosa que nos alumbra?", un rayo de luz espiritual entró en su alma, empezó a llorar y a pedir misericordia, diciendo a la Madre: "-¿Qué quiere usted que haga? Que haré todo lo que usted me mande."  Entonces la Madre le dijo que se confesase y le preparó para hacer una buena confesión, como la hizo. Cuando después comulgó, vió la Madre la limpieza de aquella alma y al Señor que entraba en ella como niño muy contento, apareciendo y desapareciendo a la vez una luz misteriosa. No comprendiendo la Madre qué significaba aquello, pidió al Señor se lo declarase para bien de aquella alma, y oyó que la decía: "-Dile que se vaya a su casa al instante y que arregle sus cosas, que el día de la Virgen del Carmen me lo llevo."
    Subió el hombre al locutorio después de la comunión a tomar chocolate con la Madre María Cándida, lleno de gozo y de consuelo por el estado feliz en que se hallaba, y no hacía más que dar gracias a la Madre por el gran favor que de ella había recibido, protestando que estaba pronto a hacer cuanto le mandase, y que hacía todo esto delante del criado para que fuese testigo como lo había sido el día antes de lo mucho que la había injuriado. La Madre le animaba y le ponderaba el gran favor que había recibido del Señor, añadiendo: "- Ahora va usted  a hacer una cosa que le voy a decir." Y contestando él: "-Lo que usted me mande, Madre Cándida", prosiguió ésta: "-Al instante se marcha usted a su casa en cuanto tome el chocolate." "-¡Ay, Madre!- dijo él-. Pensaba estar unos días con usted aquí para hablar despacio." "-No, hijo mío -continuó la Madre-, porque el Señor me ha dicho que se vaya al instante y haga su disposición y arregle todas sus cosas, pues no le quedan más que nueve días de vida, que el día de la Virgen del Carmen se le quiere llevar para sí." Se quedó el pobre hombre parado al oir tal nueva y empezó a llorar, pidió a la Madre que le encomendase a Dios y se encaminó para su casa, pensando en lo que le había pasado, que le parecía un sueño, y en arreglar  sus cosas.
    Al entrar en casa quedó sorprendida su mujer viéndole volver  tan pronto, y más cuando le vió de rodillas a sus pies pidiéndole perdón de los malos tratamientos que la había dado y confesando que a sus oraciones y paciencia debía la mudanza que el Señor había obrado en él.  Llenos estaban los dos de gozo y de ternura refiriendo él todo lo sucedido y cuanto le había  dicho la Madre; luego de común acuerdo con su mujer, arregló él sus cosas, se puso enfermo, y cuando se vió apurado llamó al criado y le dijo: "-Coge una moneda de oro que tengo en el bolsillo y llévasela a la Madre Cándida, y dila cómo estoy para que pida a Dios por mí." Salió el criado, y aquella misma tarde del día de la Virgen del Carmen de 1857 falleció su amo. Llegó al día siguiente a Toledo el criado y nada más verle le dijo la Madre: "-¿Conque murió ayer tarde su amo de usted?", quedando él muy maravillado; cumplió el encargo recibido y se volvió en seguida, contando a su ama lo sucedido. Poco tiempo después, estando la Madre María Cándida encomendando este difunto al Señor, le vió salir del purgatorio y subir al cielo muy hermoso.

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APUNTES BIOGRÁFICOS SOBRE MADRE CÁNDIDA DE SAN AGUSTÍN 2 - 10

sábado, 16 de febrero de 2013
     163.     El celo de la gloria de Dios y de su culto consumía a la Madre María Cándida de San Agustín, y dos meses después, no pudiendo soportar por más tiempo el no ver con su comunidad adorado y venerado al Señor en su idolatrado convento de Valdepeñas, entregó el alma a Dios el 30 de Marzo de 1861.


Expositor con restos óseos y fragmentos del ataúd de Madre Cándida de San  Agustín


     164.     "Era - dejó escrito don Manuel Raposo de la Madre Sor María Cándida de San Agustín-, una de las criaturas más puras y sencillas que Dios tiene en este mundo, sin haber perdido la inocencia bautismal. Conocía la gravedad y malicia del pecado y la ofensa que era a Dios sin conocer ni sentir el movimiento de las pasiones que le motivaban, y menos los movimientos de la concupiscencia, que es la causa de todos. Su humildad muy profunda, a correspondencia de su pureza. Fe, esperanza y caridad las tubo en grado heroico, y la prueba de ello, lo mucho que hizo y padeció por Dios. La caridad del prójimo era tanta, que tomaba y sentía tanto los males y trabajos de los demás como si fuesen suyos; y decía que no podía oir lástimas, porque la partían el corazón. Muy agradecida, y nunca olvidaba algún bien que se la hacía, y procuraba corresponder del modo que podía, y particularmente en encomendar mucho a Dios a todos sus bienhechores y tener a cada uno presente como si no fuese más que  uno. La paciencia sin límites en padecer toda clase de vejaciones, ya de parte del infierno, ya de los hombres, y más de aquellos y aquellas que antes habían sido amigos y favorecidos suyos y luego sus mortales y tenaces enemigos, como se vió en tantas ocasiones; ya en sufrir la maledicencia de tantas lenguas que no debían hablar así; ya en recibir y sufrir a tanta gente como acudía a ella con todos sus apuros y trabajos, y a todos y a cada uno les oía como si fuera solo y consolaba según su necesidad de cuerpo y alma, como lo prueba la reforma que había en muchos pueblos y en la mucha gente que acudía a ella. Porque a todos les sacaba de sus dudas y de todo lo que les había  ocurrido antes y les ocurriese después, ya fuesen sacerdotes, ya seglares, en todo y de todo les daba solución y respuesta, según el caso y necesidad, como si poseyera todas las ciencias; pero poseía la principal, que es la ciencia de los Santos, la verdadera sabiduría. Era universal para socorrer toda clase de necesidades, ya fuese en Roma, ya en Francia, ya en Italia, ya en África, ya en el mar, ya en España, en todas partes... En fin, era un conjunto de todas las virtudes y un prodigio de prodigios, como dije a la Madre Superiora de las Salesas Reales, que me preguntó si la conocía; porque no tendría fin lo que se podría decir de lo que Dios ha obrado por medio de esta su fiel sierva.

     165.    En 4 de Marzo de 1861 el Ministerio de Gracia y Justicia había pedido informe al señor Arzobispo de Toledo sobre la instancia de la Madre María Cándida para que se resolviese cuanto antes la competencia de jurisdicción sobre Valdepeñas, entre dicho señor Arzobispo y las Ordenes militares, y se diese la Real orden concediendo trasladarse con sus hijas a su convento de Valdepeñas. Muerta dicha Madre, a nueva petición ministerial de 4 de Mayo del mismo año, el señor Arzobispo contestó exponiendo las razones que había para no permitir que las Órdenes militares se mezclasen en el asunto, ya que Su Majestad podía, como gran Maestre de las Órdenes, conceder la licencia para la fundación, sin perjuicio de que  él debía dar como Prelado diocesano, y manifestando que por fallecimiento de la Madre María Cándida de San Agustín, había sido autorizada para continuar la fundación la Madre Dolores de Jesús. Pero, habiendo promovido los parientes de la difunta Madre María Cándida pleito sobre los bines que ésta dejaba, pretendiendo tener derecho a ellos como herederos legítimos, se entorpeció la marcha de la fundación y quedó ésta después en suspenso hasta que terminó el pleito con sentencia del Tribunal Supremo de Justicia, de 22 de Junio de 1866,  favorable a la fundación. Nombró luego el señor Arzobispo para la continuación de las obras, en 26 de Junio de 1867, a D. Nicolás Rodríguez de Lamo, abogado, hermano de la Madre Dolores de Jesús, acompañado del párroco D. Vicente Mejía y de D. Manuel Torres, de Madrid, y se hicieron varios trabajos; mas sobrevino la revolución de Septiembre de 1868, el alcalde popular de la villa se incautó del convento el 8 de Noviembre y el 16 de Abril del año siguiente 1869 el gobernador civil estableció  en él la cárcel del partido judicial con otras dependencias, quedando así paralizada la fundación. Tan pronto como las circunstancias de los tiempos lo permitieron, D. Manuel Torres Gámez, como encargado de la Madre Dolores de Jesús, entabló expediente de reclamación del convento, expediente que, con poder de la misma Madre, otorgado el 10 de Junio de 1875, prosiguió este mismo año don Trinidad Bacas y Muñóz, sobrino de la otorgante, hasta conseguir primero de la Dirección General de Propiedades y Derechos de Estado, el 19 de Junio, resolución favorable de devolución íntegra del convento y enseres que se hallaban en él al tiempo de la incautación, y después, del alcalde de Valdepeñas, el 31 de Enero de 1876, venciendo antes grandes dificultades, la de entrega de la parte alta del convento, en que pudiese instalarse la Comunidad. La parte baja se arregló provisionalmente para habitación de los presos, que fueron reducidos a ella el 19 de Marzo. Por fin, el 5 de Septiembre de 1877 fueron trasladados los presos a la nueva cárcel del partido judicial y quedó todo el edificio del convento a disposición de la Comunidad.


Escalera del convento, en  su trazado original y  estado actual.
     166.    El rescripto de 8 de Abril de 1859, de la Sagrada Congregación de Obispos y Regulares, obtenido por la Madre María Cándida de San Agustín para la erección  canónica de su convento de Valdepeñas, fué ejecutado el 4 de Marzo de 1876, por D. Santos Arciniaga, Vicario General de Toledo, quien dió licencia a la Madre Dolores de Jesús Rodríguez de Lamo, para establecerse en dicho convento como única hasta entonces representante de la nueva Comunidad que había de establecerse. El 22 de Marzo, la Madre Luisa Gómez del Santísimo Sacramento (la Luisa de San Rafael, discípula de la Madre María Cándida), priora entonces del convento de Agustinas Concepcionistas de Toledo, en el que había profesado el año 1864, obtuvo licencia de pasar al  nuevo convento de Valdepeñas. A las dos precedentes se unieron las novicias doña Victoria Cogolludo y doña Catalina Calero, que tenían cumplido su noviciado; el 23 del mismo Marzo dió dicho señor Vicario General el decreto de traslación, y ésta se verificó al día siguiente, quedando la Comunidad formada por las cuatro susodichas religiosas, bajo la dirección de la Madre Luisa Gómez del Santísimo Sacramento, nombrada Presidenta en el mismo decreto. Obtenida la gracia de los votos solemnes para el nuevo convento, dichas novicias hicieron su profesión solemne después de pasar su noviciado en él. Quien cuidó de dirigir la traslación de las Religiosas y transportar las cosas de la fundación fué D. Trinidad Bacas y Muñoz, primer capellán de la Comunidad, a quien D. Manuel Raposo, contestando desde Madrid, el 29 de Marzo de 1876, decía: "Mi estimado amigo Sr. D. Trinidad: Recibí su grata del 23, y me llenó de júbilo y santa alegría con la buena nueva que usted me comunicaba del traslado tan deseado de nuestras queridas Religiosas a su convento. Gracias a Dios que se ha dignado concluir su obra. Le doy a usted y a las Religiosas la más cordial enhorabuena. Quiera el Señor echar su bendición a esa Casa, y todo sea para honra y gloria suya y bien de las almas... Dígame si han llevado el cadáver de la Madre." Éste, como queda dicho en otro lugar, fué trasladado el 24 de Octubre del mismo año, contribuyendo  también a los gastos de su traslación el mismo D. Manuel Raposo.


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APUNTES BIOGRÁFICOS SOBRE MADRE CÁNDIDA DE SAN AGUSTÍN 2 - 9

domingo, 10 de febrero de 2013
     155.    Los dolores iban en aumento en el mes de Diciembre de 1860. "Cada día me encuentro con más dolores -escribía el día 1 a dicha doña  Juana Vizcaíno-: bendito sea el que me los da". "Es tanta la desgana -decía el día 3-, que, se conoce es debilidad, me dan desmayos; sólo unos granos de granada y pan es mi alimento. Tus hermanas me traen un son que aumenta mi padecimiento, que lo hago por mortificarme; me acusan a D. Cesáreo; éste me riñe, echándome no soy mía, que soy de mis hijas, por lo que debo esforzarme. De modo, hija mía, que me atormentan.  ¡Viva Jesús!  Éste lo endulza todo."  "Los  dolores  que  tengo   -decía el 10-, son muy grandes. Alabemos al que me los da: me sostiene, si no, era imposible pudiera vivir. ¡Qué noches paso! Sólo recordarlo, me pongo mala." "Me duele mucho el vientre -escribía el 13-; dicen son dolores nerviosos; me hacen sudar. Bendigamos a Nuestro Señor por todo." "Tengo mucho frío -decía el 18-, sin embargo que tenemos brasero. Los dolores son muy agudos y me parece tengo más debilidad en las ingles, desde que me di las unturas de un bálsamo que ya te dije me mandó un médico afamado... Bendigamos al que me los da." Y el 31 la escribía así: "Ayer mismo te hubiera contestado si el estado de mis padecimientos me lo hubiera permitido: estuve en un grito, no solo por lo acerbo de los dolores, sino por un calor que me abrasaba, que parece fuego infernal; de modo, amada mía, que tus pobres hermanas estaban llenas de amargura, hacían cuanto les parecía podía darme algún alivio. El que me lo da sabe por qué; démosle gracias, alabándole por todo. No es lo que menos me atormenta un dolor que tengo en el oído derecho; me hace materia. Mis pascuas son como jamás las he pasado, alabando a Dios que me las ha regalado con tormentos, sintiendo sólo ver a tus hermanas padecer por verme a mí."


Crucifijo de mesa, perteneciente a Madre Cándida

     156.    Por fin, el 4 de Enero de 1861, escribía a la misma doña Juana en estos términos: "Tengo la mejilla derecha , la quijada y la media cabeza hinchada: sin duda el dolor me llama humor. Jamás he tenido dolores en el trasero, ahora me le van causándome latidos, como cuando se hacen materias; me  coge el empeine y todo, de modo, hija, que tú puedes conocer cómo estaré, teniendo que estar sentada. Desde que me di la untura con el bálsamo que me recetó un médico de mucha fama, tengo esos padecimientos; no quiero hacer nada más; sea lo que Dios quiera. Si tú has tenido las pascuas tristes, las mías han sido llenas de amargura de todos modos; hasta don  Cesáreo las ha pasado en cama, que es donde mi alma se desahoga;  como estas pascuas no recuerdo haberlas tenido nunca. Es verdad que mi Esposo divino ha estado muy fino y amante. Alabémosle; es dignísimo de ser amado. ¡Ojala que las criaturas todas lo gustaran!" Y el 29 de Enero la decía que un continuo milagro la estaba sosteniendo la vida.

     157.    A estos padecimientos se añadían otros que causaban a la Madre María Cándida varias personas con quienes trataba. De su propia familia hubo alguna que contribuyó a mortificarla. Tal sucedió, por ejemplo, con la única tía que tenía, llamada Juana, hermana de su madre, como consta de la carta a doña Juana Vizcaíno de 28 de Noviembre de 1860, en que la da noticia de su muerte y pide oraciones por ella. "Me ha perseguido mucho la pobrecita. Sin duda la tomó el del rabo (el demonio) para que me atormentara. Era buena cristiana."

     158.    Las mismas religiosas del convento de Toledo, pasados los primeros años, ya no la miraban con el aprecio de antes y se alegraban, juntamente con otras personas de fuera, de las dificultades que surgían para su traslación a Valdepeñas. Alguna religiosa, dominada de la envidia, hubo de decirla, en circunstancia bien solemne, insultos atroces cuales la Madre no los había oído en su vida. La misma Superiora, mal aconsejada de un sacerdote, retuvo por dos veces y después se negó a entregar a la Madre ciertas limosnas que para ella y para su  compañera Sor Dolores había cobrado, y por una misa cantada en la fiesta que hicieron al Santísimo Niño Jesús del Consuelo en Enero de 1861, llegó a exigirles la suma de doscientos reales.

     159.    Procedía el pleito de competencia de jurisdicción eclesiástica sobre Valdepeñas entre las Ordenes Militares y el señor Arzobispo de Toledo con gran lentitud y no pequeña mortificación de la Madre María Cándida, que veía diferidas sus esperanzas de trasladarse con sus hijas a su idolatrado convento por negligencia de varias personas que intervenían en el asunto.

     160.    Cedió por fin el señor Arzobispo y desistió de la defensa de su jurisdicción en Enero de 1861, hecho de que la Madre María Cándida dió noticia a doña Juana Vizcaíno por medio del sobrino de ésta, D. Manuel Torres, a quien en carta de 16 de Enero decía: "Dila que don Pablo (Secretario del señor Arzobispo)  vino hace dos o tres días a visitar a estas señoras de segunda vez y las dijo que el señor Arzobispo se había retirado, dejando a las Ordenes en libertad. Las monjas se lo han callado y el paje de un canónigo que estaba presente vino a decírmelo."
Camisa que usó Madre Cándida en su última enfermedad.

     161.    Pero cuando, zanjado ese punto y teniendo ya todo corriente la Madre para realizar la traslación, parecía que de un momento a otro había de conseguirse la Real orden que la autorizase, he ahí que surge otro incidente sobre la necesidad de la intervención de la Santa Sede para resolver definitivamente el asunto. De este incidente se lamentaba el mismo señor Arzobispo, quien dijo a D. Cesáreo Humarán, confesor de la Madre María Cándida, según carta de ésta a doña Juana Vizcaíno de 1º de Febrero de 1861, "que le daba mucha lástima ver que nos están esperando en el pueblo y a él le echarán la culpa sin tenerla, que es una lástima y una gran picardía la que hacían en retenerlo, echando el pretexto de que la Silla Apostólica lo defina; y aunque así fuese... arreglaran con el señor Nuncio y no perdieran tiempo; que esto le tenía muy incomodado, conociendo los perjuicios tan grandes que se nos causaban, con otras muchas cosas que todas manifestaban lo mucho que lo está deseando, encargándole mucho me lo dijera." Este incidente, que la Madre María Cándida no llegó a ver terminado, fué también para ella causa de grandes padecimientos.



Convento de Agustinas. Fachada norte
        
  162.    Ardía ella en vivísimos  deseos de trasladarse a su querido convento de Valdepeñas, calificado por ella misma de asombro y milagro de milagros, experimentando con la dilación de su traslación intesnsísima e inexplicable pena. "No acaban de ponderar -escribía el 6 de Octubre de 1860 a doña Juana Vizcaíno- la hermosura de nuestro convento de Valdepeñas. ¡Qué deseos tenemos de habitarlo!" "Tengo pena -decía a la misma el 23 de Noviembre- al ver va pasando el tiempo y estamos, si no peor, lo mismo. El que me da deseos de darle culto, me lo quite o mitigue algún tanto; si no, me temo lo que me callo; no puedo hablar más de esto." También a doña Marta Gallego, en 10 de Enero de 1861, agradeciendo, escribía: "¿ Con qué la podré compensar el grandísimo interés que ustudes se han tomado por la obra de Dios? Sí, amada, suya es; nada tiene mío: no he hecho más que lo que el Señor me ha ordenado, por lo que doy por muy bien empleados mis padecimientos, que sólo se sabrán en la divina presencia. Alabemos a nuestro Dios por todo. Se complace en haberme puesto como una niña. Los dolores son agudísimos y me van encorvando: sólo pensar son regalos de mi divino Esposo los recibo como flores de gran valor y hermosora... Estoy esperando con ansiedad la gran alegría de tener ya la Real orden; pero hasta ahora nada nos han escrito nuestro señor Don Pedro Vicente (Diputado a Cortes), ni nuestro apoderado (D. Bernardino Tormejón); se nos hacen siglos los días."  Por fin, a doña Juana Vizcaíno, en 21 de Enero decía: " Aumenta mi dolor ver pasan días y días y no adelantamos nada"; y el 29 de Enero a la idea de dicha señora de llevar  la Madre a Madrid, sin duda para curarla, respondía: " No des un paso para llevarme a Madrid: en esto me darías una gran pena; no mandándotelo yo, no tienes que hacer nada sobre este paso. Trabaja, sí, y mucho, para llevarme a nuestro convento: esto es lo que debes hacer sin perdonar cuentos medios puedas para conseguirlo."          



Convento de Agustinas, pasada la guerra . Fachada sur
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