APUNTES BIOGRÁFICOS SOBRE LA MADRE CÁNDIDA DE SAN AGUSTÍN 3, 13

lunes, 27 de mayo de 2013
     261.    Murió un pariente de D. Manuel Raposo llamado Pedro Villanueva, el 29 de Octubre de 1859 y mandaron decir a la Madre Cándida que le encomendase al Señor: ella contestó que debía estar un mes más en el purgatorio, pero que ella había ofrecido algunas cositas por él, y el Señor la había concedido que subiera al cielo con otros muchos el día de la octava de San Diego. Ella padecía ya mucho y el Señor la aumentaba los padecimientos en satisfacción de parte de lo que dicho difunto debía padecer en el purgatorio.

     262.    Había muerto un señor, apellidado Villar, y su viuda, por medio de doña Juana Vizcaíno, consultaba a la Madre María Cándida sobre el despego que había notado en su marido en la última enfermedad. La Madre, en carta de 25 de Septiembre de 1860, contestaba a doña Juana: "Vamos a la pregunta de esa pobre señora de Villar. Dila que se consuele..., que se tranquilice y crea como el más gran favor y misericordia que Dios nuestro Señor le haya puesto ese despego a su esposa, para que el del rabo (el demonio) no le hiciera guerra, como la acostumbra a hacer a la hora de la muerte; así debe mirarlo como un gran favor; que le mande decir la misas de San Gregorio y dé muchas gracias a Dios en su gloria por toda una eternidad. Ha padecido mucho el pobrecito y lo ha llevado bien, en particular los últimos días. Tú, hija mía, le has servido de mucho: has echado muchas veces al del rabo, que salía rabiando. Viva Jesús en el que todo lo podemos. Yo no estoy por entierros lujosos; misas es lo mejor." El 29 del mismo mes la decía: "Hago cuanto puedo por el alma de Villar. También pido por su esposa para que Dios la dé el sustento que nos es tan necesario." El día 30 añadía: "Vamos a Villar. Tengo hecho contrato con mi Hermosura me lo ha de dar prontito, padeciendo yo por él un año, por lo que creo que, acaso, salga antes de que se concluyan las misas de San Gregorio. Da expresiones a doña Pepita (la viuda de Villar), añadiéndola que a mí nada tiene que agradecerme." Y en 5 de Octubre: "Viva Jesús. -Amadísima hija mía de mi alma: acabo de recibir tu amada carta por la que veo que nuestro Señor te regala dolorcitos. Los que he tomado padecer por Villar, ya no hay remedio, tengo que padecer el tiempo del año para que él suba a gozar."

     263.    De especial caridad usó la Madre María Cándida de San Agustín con sus hermanas las religiosas, tanto en Alcalá como en Toledo, principalmente siendo Superiora. Como tal, cuidó de sus hijas con todo esmero, atendiéndolas en todas sus necesidades espirituales y temporales como verdadera Madre y compadeciéndolas en sus trabajos.

     264.    Subiéndose a una ventana  para llamar a la demandadera del convento de Toledo, se cayó sin saber cómo y se dió un gran golpe Sor Dolores de Jesús, en Octubre de 1860, lastimándose el hueso de la rabadilla. Tan pronto como la Madre Cándida, a quien habían ocultado el suceso, llegó a saberlo, quiso llamar al médico; pero sus hijas no la dejaron, y en carta de 9 de Octubre, dando la noticia a doña Juana Vizcaíno, añadía: "Dios Nuestro Señor quiera no tenga mal resultado." Dos meses después, en 10 de Diciembre de 1860, escribía la Madre a la misma doña Juana Vizcaíno: "La Jesús se resiente la pobre mucho del hueso de la rabadilla; no quiere la veamos lo que tiene; yo, por no disgustarla, no quiero forzarla; de modo, hija mía, que padezco más que puedo ponderarte, temiendo se la pueda hacer alguna cosa que viéndola se la podía evitar."

     265.    Respecto de las muchas ocupaciones de Sor Luisa, compadeciéndola, escribía así el 10 de Octubre a dicha doña Juana Vizcaíno: "Viva Jesús. -Amadísima hija mía de mi alma: tengo recibidas tus amadas cartas, y no me ha sido posible contestarte con harto dolor de mi corazón al ver no era posible te escribiera Luisa; la pobrecita no la queda tiempo para nada, pues aunque Victoria la sirve de mucho, no bastan las dos a hacer todo, que no deja de haber." Y el 18 de Noviembre añadía: "La pobre Luisa no puede acudir a todo; la niña se lleva mucho tiempo", es decir, una niña pobre, llamada Dolores, que bajo la dirección de la Madre María Cándida, se instruía y educaba en el convento.

     266.    En medio de sus propios y gravísimos dolores compadecía a sus hijas por la aflicción que las causaba y se esforzaba para animarlas. "-El domingo por la mañana- decía el 10 de Octubre de 1860 a doña Juana Vizcaíno-, tuvieron que andar a carreras: me dió un ahogo tan grande que parecía me moría por momentos; me ha quedado un dolor tan fuerte en el pecho que no sabes, pichona mía, cómo me pone. Da lástima verme, y lo que a mí me apena es ver a  tus hermanas tan afligidas; tengo que animarlas."


Restos óseos de la Sierva de Dios Madre Cándida de San Agustín y fragmentos de la caja  donde fue enterrada.

               267.     Compadeciéndose de otra religiosa enferma, escribía así a doña Micaela Gallego, en carta deteriorada, cuya fecha no se puede leer: "Ahora tengo la pena de tener una hija enferma, y creo es cosa, no sólo grave, sino de gran consideración; todos los síntomas hasta ahora son de tisis, cosa que aterra por se mal contagioso; pida usted a la Virgen Santísima la ponga buena si la conviene."  

     268.    En cuento la pobreza religiosa se lo permitía, socorría la Madre María Cándida con gran caridad las necesidades temporales de sus prójimos y no se desdeñaba de pedir a otros que las remediasen. Uno de sus cuidados era recoger y conservar el pan que de las comidas sobraba a ella y a sus hijas para repartirlo entre los pobres.


     269.    Un día fué una mujer a pedir, de limosna, una cantidad a la Madre y ésta salió del locutorio en busca de alguna cosa que darla, pero era mujer que fingía necesidades y San Felipe Neri dijo a la Madre: "-Despáchala al instante, que se vaya, que la va a matar Dios por andar mintiendo así." Volvió la Madre y dijo a la mujer que no podía darla nada. Salió la mujer y se fué a casa de un sacerdote con la misma pretensión, pero, mientras pasaban el recado al sacerdote, quedó muerta, en castigo de sus engaños, y negra como un tizón.

     270.    Fueron a verla en cierta ocasión dos pobres, hombre y mujer, que no estaban casados. Conociendo en seguida la Madre el mal estado en que se hallaban, se lo hizo presente, amonestándoles que se casasen cuanto antes;  recibieron  ellos bien el aviso y dijeron: "-Madre Cándida, haremos lo que usted nos mande." Pero era tal su pobreza, que la Madre tuvo que darles un paño de que se servía como pañuelo para que envolviesen la criatura que tuvieron. Después se casaron en Madrid, salvando su reputación.

     271.    Interesándose por un señor llamado D. Mariano, escribía desde Alcalá el 12 de Octubre de 1848 a D. Manuel Raposo: "Mucho me alegraría, señor Manuel, pudiera usted proporcionarle alguna limosnita; haría usted una cosa muy grata a los ojos del Señor. Tiene cuatro hijos, su mujer y él, seis, sin más renta que la divina Providencia; no tenían otra cosa que vender que un cucharón de plata, el mismo que se dejó el pobre aquí. Es un dolor. Dios Nuestro Señor me ha dado un corazón tan compasivo, que me hace padecer mucho; aquí en esta ciudad no hay recursos. Todo lo conozco, mas, sin embargo, espero le tenga usted alguna cosita."
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APUNTES BIOGRÁFICOS SOBRE LA MADRE CÁNDIDA DE SAN AGUSTÍN 3, 12

lunes, 20 de mayo de 2013
     257.    Salió otro día de casa dicho D. Manuel Torres, después de cenar, para reunirse con unos amigos en el café de Madrid, que había al lado de la iglesia de Santo Tomás: la noche era fría y D. Manuel iba embozado hasta los ojos. En esto se acercó una pobre mujer pidiéndole una limosna, y D. Manuel, a quien ocurría por una parte la idea de no sacar la mano por el frío y por otra la de que si se tratase de saludar a una señorita la sacaría, echó mano al bolsillo y dió la limosna que se le pedía. "-Dios se lo pague, hijo mío", dijo la mujer, pero con tal acento y sentido que, impresionado D. Manuel, se volvió para ver a la pobre, mas no la distinguió por lado alguno. Con esto cambió de idea, se volvió a casa y contó a doña Juana Vizcaíno lo sucedido. Al día siguiente lo primero que leyó fué el incendio de dicha iglesia y de parte del café que estaba a su lado, y a medio día recibió doña Juana carta de la Madre María Cándida en que decía: "Dile a Manolito que le dé gracias al Señor por haberle cortado ir al café aquella noche y que la limosnita que me dió se la tuvo el Señor muy en cuenta."
¡Dios se lo pague, hijo mío!
     258.    El 2 de Julio de 1860 escribía la Madre María Cándida a D. Manuel Raposo: "Viva Jesús.- Amadísimo hermano mío en Jesús: Recibí su apreciable carta, la que no leí hasta que concluí  el negocio y mandato de mi Santísimo Niño, que me ocupó  toda la mañana. Mandó a mi Santo Abuelo San Felipe Neri me llevara a Segovia a una señora que no sólo no quería confesarse, sino que decía cosas contra Dios, y mi Santo Abuelo me mandó la pusiera la mano sobre el pecho, y tal impresión la hizo que me asustó. Empezó a gritar y pedir confesión generalmente y pidió perdón a los que estaban presentes  y a las personas que llamaron; recibió a su Divina Majestad y la Santa Unción y murió con gran paz. Gracias a Dios se ha salvado y creo no tardará mucho en volar al cielo. Me ha dicho mi Santo Abuelo que esta señora había hecho algunas obras de caridad, por las que le ha movido a recompensarla dándola gracias que muevan su corazón, mudándolo en los términos en que lo ha hecho. ¡Ay, hermano, qué Dios tan bondadoso tenemos! Alabémosle por todo. Amén. Encomiéndela  a Dios para que vaya a alabarle pronto. Grandes dolores tengo padecidos, pero como los que ayer me regaló mi Jesús, jamás. Me levantaron calentura que todavía me dura, pero al mismo tiempo me dan el consuelo que he podido asistir al coro y demás actos de comunidad. Bendito sea que con tanta misericordia me mira."

     259.    El 20 de Julio de 1860 hubo un desafío en Madrid entre dos conocidos de doña Juana Vizcaíno. Había avisado ésta a la Madre María Cándida para que rogase a Dios por ellos y no ocurriese ninguna desgracia, porque de lo contrario resultaría gran perjuicio a muchos. Llegado el día del desafío, que era a pistola y a muerte, las balas se dispersaban sin hacer blanco, con gran confusión de duelistas y padrinos: diez y ocho tiros dispararon, y agotadas las balas se retiraron del campo los duelistas sin avenirse, antes bien, resueltos a renovar otro día el combate. Al día siguiente escribió la Madre María Cándida a doña Juana una carta encargándola dijese a D. José Cristóbal Sonri, uno de los duelistas, que no volviese a meterse en otra, que esa vez las mangas de una monja habían podido dispersar las balas, pero que otra vez pudiera no ocurrir eso. 
¿Ha pedido por las almas que le encargué?...Nuestro Señor por su gran misericordia se compadezca de ellos.

     Siguiendo los duelistas en su mala disposición, la Madre María Cándida oraba y seguía pidiendo oraciones a D. Manuel Raposo, a quien el 22 de Julio escribía: "Le encargo a mi amado hermano pida mucho a Dios por una necesidad en la que se interesa la salvación de muchas almas. Antes de anoche estorbé que se mataran en un desafío que tuvieron. Todavía me dura el temblor. Son personas de alta categoría." Y el 30 volvía a escribirle: "¿Ha pedido mi hermano por las almas que le encargué? Tengo la pena que están en el mismo estado y acaso mañana, si Nuestro Señor no lo remedia, tendrán otro, que les conducirá al infierno. Son más criminales por hacerlo con todo conocimiento después de tantos avisos. Nuestro Señor por su gran misericordia se compadezca de ellos. Clamemos a la Madre de la Compasión, María Santísima interceda con su Santísimo Hijo. Sí, hermano mío, pidámosla llenos de una santísima confianza. ¡Viva Jesús!" Por fin la Madre consiguió de Dios que no volviesen al desafío los duelistas, se reconciliasen y restaurasen la amistad que tenían antes. Uno de ellos quedó tan agradecido a la Madre María Cándida, que confesaba la debía la vida y no podía olvidarla, y desde entonces hizo una vida cristiana muy diferente de la de antes.

     260.    Grandísima era la caridad de la Madre María Cándida para con las almas de purgatorio, manifestada en las contínuas  oraciones que hacía y en los innumerables sacrificios que se imponía para aliviarlas y satisfacer por ellas, contribuyendo nuestro Señor con medios milagrosamente extraordinarios a fomentar y aumentar más y más su caridad tan compasiva y tan ardiente. A los casos ya narrados, en prueba de esto, añadiremos aquí algunos otros.

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APUNTES BIOGRÁFICOS SOBRE LA MADRE CÁNDIDA DE SAN AGUSTÍN 3, 11

jueves, 16 de mayo de 2013
     253.    Antes de la guerra de España en África, vió la Madre Cándida de San Agustín cómo los diablos andaban muy vigilantes y a ella la decían: "-Nosotros somos los que somos llamados guerreros; tenemos gran pesca en las guerras y por más que hagas lo vamos a asolar todo cuanto queda de religión"; pero la Madre les dijo: "-¡Anda, mala bestia, si no puedes nada, miserable!; mi Jesús te tiene atado y no puedes nada". Les dió esto tanta rabia que la tiraron una silla a la cabeza: no la dieron en ella, pero la hirieron las espaldas.

     254.    Ya en guerra España con los moros de Africa veía la Madre todo lo que en ella pasaba y con gran pena la sangre que se vertía y cómo muchos soldados se pasaban a los moros. Para socorrer a los soldados estuvo en algunas de las batallas, alguna vez acompañada de San Felipe Neri, y daba señas de Tetuán y de todo aquel país, de cómo iban vestidas las mujeres moras y judías, de O´Donnel, de la tienda en que se firmó la paz y de todo cuanto hicieron en ella.

     255.    Un día de una gran acción dijo el Niño Jesús del Consuelo a la Madre María Cándida: "-Vamos al moro", y la Madre le dijo: "-Dueño mío, id vos, ¿qué tengo yo de hacer allí?"; pero repitiendo el Niño: "-Vamos al moro", tuvo que ir. La Madre iba vestida de aldeana con su sombrero de paja y andaba en medio de la acción, tan pronto en una parte como en otra sin temor a los peligros, dando agua a los soldados y un bálsamo para confortarlos. Los que la veían hacían diversas hipótesis sobre quién  sería aquella mujer, pero  uno que antes de ser soldado  la había conocido en su pueblo cerca de Toledo, en ocasión en que milagrosamente se había aparecido en él para librar de la muerte a un compañero suyo moribundo en la era por asfixia a causa del gran calor, se paró a mirarla despacio y la reconoció, diciendo: "-Esta es la Madre Cándida." Después de la guerra fué este soldado a ver a la Madre y la preguntó: "- Madre, ¿era usted la que estaba en los moros el día de la gran acción?", y ella contestó: "-Sí, hijo mío, yo era."



                                                   Grupo escultórico que representa a la Madre Cándida
                                                      socorriendo a un soldado en el campo de batalla 



       De la presencia de una mujer misteriosa en aquella acción dió testimonio a D. Manuel Raposo un artillero, hombre de verdad, que se halló en ella, y de tal mujer hablaron los periódicos de aquel tiempo. Don Pedro A. de Alarcón, en su Diario de un testigo de la guerra de Africa, después de describir la gran acción del 30 de Diciembre de 1859, dice: "En medio de estos episodios y figurando noblemente en cada  uno de ellos, vese a una mujer piadosa que va de cama en cama ofreciendo a los heridos cierta tisana refrigerante que los conforta y reanima... -Esta mujer es.... una peregrina casada, que con su marido va viajando de guerra en guerra; que estuvo en la de Crimea y viene ahora de la de Italia; que cumple quizá un voto, tal vez una penitencia; que pasa el día entre las balas dando su tisana a los heridos (sólo a los heridos), y la noche en los hospitales de sangre... -Tendrá treinta años, su figura es noble y hasta hermosa; viste largo sayal morado; se expresa como persona distinguida, y todo en ella es dulce, cariñoso, angelical.- El respeto que inspira sólo puede compararse al cuidado con que se oculta los días que no son de sangre ni  de lágrimas...-Y no sé más acerca de esta persona." Esta peregrina, que Alarcón creía francesa y casada, no era otra que la Madre María Cándida de San Agustín, y el supuesto marido era San Felipe Neri, que la acompañó en algunas de estas milagrosas excursiones benéficas.


...vese a una mujer piadosa que va de cama en cama ofreciendo a los
heridos cierta tisana refrigerante que los conforta y reanima... 

       La Madre misma contó después a D. Manuel Raposo que el agua  no sabía de conde se la traían, que en cuanto se la acababa un cántaro ya tenía otro, y que daba del bálsamo y no se la acababa, y continuando su relato añadía: "-¡Ay, hermano, qué sed tan rabiosa tenían los pobrecitos, con qué ansia bebían, hijo de mi alma! Tenía que andar por medio de los heridos y muertos, ¡ay!, que me partían las entrañas verlos en el suelo tendidos dando quejidos y clamando; y corría la sangre por el suelo como cuando degüellan los puercos de tantos como había muertos y heridos. ¡Ay!, ¡qué día pasé tan amargo y penoso para mi corazón!" Para pasar y experimentar algo de lo que los heridos padecían recibió también ella un balazo en la pierna derecha, que la entró por la corva y salió por la rodilla, quedándola el agujero abierto para prueba de la verdad.
 
          256.    Estando enferma doña Juana Vizcaíno en Madrid, su pariente D. Manuel Torres, que vivía con ella, salió como de costumbre por la noche un ratito al café, sin fijarse que la enferma tenía que tomar a ciertas horas sus medicinas. Acordándose de esto en el café volvió don Manuel en seguida a casa; pero ya la Madre María Cándida la había dado la medicina, diciéndola: "-¡Pobre  Juanita mía, qué sola te ha dejado Manolito! Ya ves, me voy en seguida que necesito descanso: vengo en este momento de Africa. Y ¡cuánto pobrecito enfermo hay allí!" En esto notó doña Juana que la Madre tenía sangre en el pañuelo y dijo: "-¿Qué es eso, Madre?" "Nada, hija mía, contestó ella; es un pequeño balazo que me ha tocado en la pierna y al atarla he manchado un poco este pañuelo. El Señor sea bendito que me da algo que pasar por Él." 


Pañuelo con manchas de sangre y colcha, todo ello, perteneciente a Madre Cándida de San Agustín.

  Y dicho esto se fué. Al día siguiente recibió D. Manuel una carta de la Madre en que le reprendía por haber dejado tan sola a la enferma, aconsejándole que no lo volviese a hacer.


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APUNTES BIOGRÁFICOS SOBRE LA MADRE CÁNDIDA DE SAN AGUSTÍN 3, 10

viernes, 10 de mayo de 2013
     242.    Visitaba frecuentemente a la Madre María Cándida, en Toledo, una señora llamada Carmen, que pedía para las monjas en las puertas de las iglesias de Madrid, y siempre preguntaba a la Madre cuándo venía el Mesías, nombre con que designaba a Don Carlos,  y añadía: "-Ahora va a venir, que todo está preparado"; pero la Madre contestaba: "-No lo verá usted" y la reprendía, diciéndola que no hablase mal de nadie ni dijese de los que mandaban que eran unos pícaros y cosas semejantes, porque sólo Dios sabe quién es bueno o quién es el malo. Un día, después de quedarse un poco parada, la dijo la Madre: "-Dígame usted, hija mía, si la diese a usted algún mal de pronto, ¿tiene preparadas las cosas de su alma? Porque puede suceder. Hágalo usted, no sea tonta; y luego, sea lo que Dios quiera." No lo hizo, y la cogió la muerte en uno de los accidentes que solían darla: todo el dinero que tenía ahorrado, y era bastante, desapareció sin saber cómo, y quedaron sin nada un sobrino y una sobrina que tenía, pudiendo haberlos dejado bien para toda la vida. Luego la vió la Madre en el purgatorio y dijo que tenía calor para rato por todas aquellas cosas.

     243.    Uso parecido hizo la Madre María Cándida de San Agustín del don de profecía, lamentando con gran espíritu de compasión y caridad las calamidades con que el Señor había de castigar a la Humanidad, ofreciéndose a sí misma en sacrificio y soportando grandes padecimientos para aplacar la justicia divina y conjurarlas.

     244.    Viendo un año pasar por su convento de  Alcalá la procesión del Corpus, se puso tan afligida al ver los niños, que principió  a llorar amargamente, y preguntada con grandes instancias por Sor Dolores de Jesús que dijera por qué lloraba tanto, contestó: "-¿No he de llorar al ver a los pobres inocentes que tienen que perecer y también los sacerdotes? Tiene que haber una mortandad tan horrorosa que pocos lo contarán, y el Señor se aplacará con sangre de inocentes y sacerdotal, y después todo será paz y tranquilidad para la Iglesia." Cuando el Señor se lo reveló la dijo: "-Ese día todo será confusión: todos se matarán unos a otros sin saber lo que se hacen; y no me pidan por los cuerpos, sí por las almas", añadiendo que muchos clamarían a la Madre María Cándida de San Agustín y ella los favorecería.

     245.    En tiempo de la guerra de Italia y de Napoleón contra los austriacos veía con gran pena la Madre María Cándida todo lo que allí pasaba. Daba señas exactas de la gran batalla del día de San Juan, de la tempestad que hubo al mismo tiempo, de la mucha agua que caía, llegando los arroyos a llevarse los cadáveres, y de cómo el agua iba a los ríos teñida de color  de sangre de tanto muerto. Decía que daba horror el ver aquello y más aún el ver las almas que bajaban al infierno.

     246.    El día de San Felipe Neri de aquel año, le manifestó el Señor cómo aquella guerra y terrible castigo le iba a extender por toda Europa y por España, y se la presentó muy terrible y enojado contra los hombres por los muchos pecados que había y lo mucho que le ofendían. Viendo ella el castigo que iba a venir empezó a clamar al Señor y a suplicarle que detuviera su ira y se aplacara su justicia; pero no adelantaba nada hasta que se volvió a la purísima Virgen María y la dijo: "- Madre mía, me ofrezco en sacrificio para que se aplaque la justicia divina; si de algo valgo, aquí estoy dispuesta a lo que el Señor quiera de mí." La Virgen aceptó en seguida la oferta, la presentó al Señor y el Señor se aplacó, revocando la sentencia que tenía dada contra España; y vió la Madre María Cándida cómo la santísima Virgen cogió la espada destinada para castigar a España y desarmó la ira de Dios. Luego la Madre Cándida empezó a sentir que la sangre toda se la subía de los pies a la cabeza hasta que la vertió por la boca, llegando a ponerse tan mal, que desde ese tiempo (26 de Mayo) hasta Agosto estuvo en la cama sin poderse mover, pensando muchas veces que se moría.

     247.    El día de San Pedro de 1860 amaneció la Madre María Cándida de tal manera que parecía la habían desenterrado; porque estaba pálida, amarilla, con grandes ojeras y apenas podía hablar; estaba tan mala y decaída que no podía alzar la cabeza ni abrir los ojos. Y era que la noche antes, habiendo visto a Dios muy irritado con los de Roma y que iba a correr mucha sangre, se había ofrecido en sacrificio y el Señor se lo había aceptado. Por la gran pena sufrida  al ver la irritación divina y a consecuencia del sacrificio hecho y aceptado por el Señor, arrojó mucha sangre, de modo que quedó medio muerta.

     248.    Por Septiembre de 1860 vió la Madre María Cándida al Señor muy irritado y una como nube muy densa que amenazaba muchos males, particularmente un cisma, y al Señor con la espada levantada para descargar su ira sobre España: entonces la Madre Cándida pidió mucho a la Santísima Virgen que le desarmara y vió que la Virgen cogió la espada y desarmó al Señor. No se contentaba la Madre Cándida con orar ella con este fin de desarmar la ira de Dios contra España, sino que también encargaba a D. Manuel Raposo que pidiese mucho para que la Virgen aplacara a su Divino Hijo.

     249.    Tanto se complacía el Señor en la caridad de su sierva María Cándida de San Agustín para con el prójimo, que a fin de que pudiese en muchas ocasiones practicarla la concedió también el don de bilocación, de que ella se sirvió con diligencia. Sobre los casos ya narrados referiremos algunos otros.

     250.    En cierta ocasión fué la Madre María  Cándida de San Agustín con San Felipe Neri a sacar una niña recién nacida que habían arrojado al río: la sacaron, la llevaron a bautizar y la pusieron en ama para criarla.

     251.    Tres jóvenes esperaban ocultos a una joven para abusar de ella cuando pasase a casa de una vecina en Madrid: apenas entró en la casa la cogieron entre los tres y ante la enérgica resistencia de la joven se resolvieron a matarla, poniéndola con este objeto uno de ellos el pie en el cuello; pero en esto se presentó la Madre Cándida llevada por San Felipe Neri y les arrebató la joven, quedando ellos asustados al ver que se la quitaban de las manos sin poderse resistir y la llevó hasta la puerta de su casa. Esta joven murió del susto a los pocos días y la asistió la Madre Cándida para alcanzar de ella el perdón de sus agresores. Preguntó la Madre a San Felipe por qué moría  aquella joven tan pronto, y el Santo la contestó: "-Más vale que muera ahora y vaya al cielo, que después se condene."


Fué la Madre en seguida y tocó con la mano en la espalda a la criada, que había abierto ya el cofre.

     252.    La viuda de un incrédulo, impío y blasfemo, convertido por la Madre María Cándida fué después de la muerte de su marido a contar a la Madre, de quien era muy amiga, lo sucedido en su casa con dicho su marido después de convertido y a rogarla que hiciese con ella lo que había hecho con él. Antes de que a la Madre trajo el Niño Jesús del Consuelo a ésta la llave del cofre de esta señora y la dijo: "-Toma esta llave y ve corriendo, que la están abriendo el cofre para robarla"; fué la Madre en seguida y tocó con la mano en la espalda a la criada, que había abierto ya el cofre lleno de oro para robar a su ama; y tal fué  el susto de la criada, que empezó a dar gritos y a decir: "-La monja que ha venido y me ha dado en la espalda"; a los gritos acudió gente y no pudo la criada realizar su intento. El Niño dijo después a la Madre respecto de la señora: "-Llámala al instante, dila lo que hay, dala la llave y que al momento se vaya a su casa." Todo esto pasó en breve tiempo por la mañana. Llamó la Madre a la señora y enseñándola la llave dijo: "-¿Conoce usted esta llave?" "-Toda parece a la de mi cofre", contestó la señora. "-¿Dónde la ha dejado usted?", volvió  a preguntar la Madre. "-Debajo del banquillo". repuso la señora. La Madre la contó lo ocurrido y la dijo: "-Tómela usted y márchese al momento a su casa". Maravillada quedó la señora al oirlo y más maravillada aún cuando volviendo a casa comprobó la verdad de cuanto la Madre la había dicho, dando gracias al Señor y a ella que habían evitado que la robasen.


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APUNTES BIOGRÁFICOS SOBRE LA MADRE CÁNDIDA DE SAN AGUSTÍN 3, 9

viernes, 3 de mayo de 2013
     233.    El mismo caritativo uso hizo sin aceptación de personas, del don de penetrar los corazones y dar buenos consejos, como consta de muchos sucesos, de los cuales, sobre los ya narrados en otros artículos, referiremos varios otros.

     234.    Llevado de curiosidad fué un día a ver a la Madre María Cándida cierto individuo acompañado de su mujer y dos niños que tenía, y a las pocas palabras se para la Madre y le dice: "-¡Ay, Fray N. no le había conocido a usted!" (naturalmente no le había visto nunca). Y empezó a hablarle al alma y a reprenderle de haber engañado, siendo religioso profeso, a aquella señora y animar a ésta, que sorprendida, se lamentaba de verse así, diciéndola que ella no tenía culpa siendo inocente, y que el que tenía gran responsabilidad ante Dios por ser reo de graves pecados era aquel hombre. A éste le dió un accidente y tuvieron que sacarle del locutorio; después que volvió en sí, la Madre le dijo lo que debía hacer en aquel caso.

     235.    Nada más que con la intención de verla, fué el 20 de Septiembre de 1858 otro individuo a visitar a la Madre Cándida, y cuando más descuidado estaba hablando con ella, le dijo: "Vamos claros: Usted a lo que ha venido y Dios le ha traído es para curarle de la enfermedad que tiene su alma hace tantos años", y le manifestó su vida y el mal estado del alma. Entonces él empezó a sentir como si estuviera  en el juicio de Dios, rompió a llorar y se convirtió de veras. Era hombre de muy mala lengua y blasfemo, tenía dada palabra al demonio de ser suyo y su amigo y hacía diez y seis años que no se confesaba. Dando noticia de esta conversación  a D. Manuel Raposo, decía la Madre Cándida: "Ayúdeme usted, hermano mío, a dar gracias a Dios por haberle traído a su rebaño esta oveja perdida, con la que espero han de convertirse no sólo los de su familia, sino muchas personas que tiene precisión de tratar. Bendigamos la gran bondad y misericordia de nuestro Dios que tantas derrama sombre sus criaturas."

     236.    Fué un confesor a la iglesia de las Agustinas Concepcionistas, de Toledo, a confesar a uno y lo hizo algo deprisa;  subió luego a ver a la Madre María Cándida, y muy apurado, la preguntó si sería culpa del confesor que el penitente no se confesase bien; la Madre, que había observado que el penitente en su confesión general había dejado de confesar bastantes pecados, le contestó que no, pero que sería responsable si no le ayudaba como debía y no le daba tiempo para explicarse bien. Con esta respuesta volvió el confesor corriendo a la iglesia y hallando al penitente, lo llamó al confesionario, le ayudó con sus preguntas a completar la confesión y halló que el penitente había olvidado antes más de cien pecados. Subió de nuevo el confesor a ver a la Madre y a rogarle que pidiese a Dios por él, y preguntándole si el Señor le perdonaría, la Madre, que había visto interior y exteriormente todo lo sucedido, le contestó que sí, pero le reprendió y le hizo ver lo mucho que faltaban los sacerdotes en eso, por falta de paciencia y celo de la salvación de las almas. 

     237.    Había oído un Obispo referir cosas rarísimas de la Madre María Cándida de San Agustín, y sin darles del todo crédito, fué un día con su Secretario a verla. Bajó la Madre, y al decir el señor Obispo que había ido a saludarla, ella confesó que no se molestase en disculparse, porque demasiado sabía ella que la causa de la visita era la curiosidad, y le reprochó algo que no estaba bien en una persona de su categoría, aconsejándole que mudase de vida. Maravillado el señor Obispo, prometió hacer lo que la Madre le aconsejaba, y al despedirse dijo que volvería a verla después de cumplir lo prometido. A los pocos días anunciaron a la Madre la visita del mismo señor Obispo; pero ella, en vez de recibirle, encargó le dijesen que no podía salir a saludarle por no haber cumplido la promesa y que si la mentira era fea en cualquiera persona, lo era más aún en un sacerdote. Impresionado quedó el señor Obispo, que efectivamente no había cumplido lo prometido, y tuvo que retirase sin verla. No pasó mucho tiempo, y estando un día la Madre en el coro, dijo: "-Voy al locutorio, que ya oigo los cascabelillos de las mulas del coche del señor Obispo." Cuando éste entró y vió a la Madre sentada esperándole, no supo qué decir, y ella le previno diciendo: "-Ahora ya ve su ilustrísima cómo le espero: ya sé que ha hecho cuanto debía y vengo a felicitarle." El señor Obispo pidió perdón a la Madre y desde entonces iba a visitarla sin dudar de lo que pasaba ni de las cosas maravillosas que de ella se decían.

     238.    Una señora, que no tenía en casa más que un hijo y la criada, empezó a notar que de las sortijas de oro, que al quitárselas solía dejar sobre la cómoda, la iban faltando varias, y sospechaba de la criada, no del hijo, que tenía unos diez y seis años. En este apuro escribió, consultando el caso, a la Madre María Cándida, la cual contestó que fuera a verla con su hijo y la diría dónde estaban las sortijas. Llegados madre e hijo a la presencia de la Madre María Cándida, dijo ésta al hijo de la señora: "-Vamos, Fulano, dime la verdad: ¿dónde tienes las sortijas de tu madre?" Se puso colorado y empezó a negar; pero la Madre Cándida prosiguió: "-Vamos, hijo mío, no lo niegues; si lo sé todo. Mira, tú las has cogido tal día una y tal otra, y las has llevado a tal parte, y las has vendido por tanto para malgastarlo tú, y allí están." El pobre se echó a llorar y no tuvo más remedio que confesar delante de su madre que así era. De ese modo quedó además defendida y justificada la inocencia de la criada.
Vamos, hijo mío, no lo niegues, si lo sé todo
     239.    Vino una joven de un pueblo a traer un recado a la Madre María Cándida, cosa a que se prestó con gusto por curiosidad de verla. Entregado lo que traía, la dijo la Madre:       "-Hija mía, usted está mala."  "-¡Ay!, no señora -contestó ella-, antes me hallo y me siento muy  buena." "No, hija mía -replicó la Madre-; usted está mala. Vamos claros: Usted está  de esta y esta manera y vive usted así." Entonces empezó ella a llorar y a afligirse mucho, pero la Madre la dijo: "-Va usted, hija mía, a hacer lo que yo la diga. Desde aquí se va usted a Madrid  a salir de su paso, que ya sé que tiene otra criatura, que la están criando en tal parte, y en saliendo de su paso no vuelva usted nunca a su pueblo y se pone usted a servir en Madrid." Luego añadió: "Llame usted a su padre que se ha quedado abajo." Subió el padre y la Madre le reprendió del mal que había hecho en permitir que su hija viviera de aquel modo y en estar viviendo en la misma casa, siendo encubridor de tantos pecados; el hombre se disculpó diciendo que a su edad apenas podía trabajar y el otro le había prometido que no necesitaba trabajar y estaría bien con su hija, si ambos se iban a casa de él. La hija hizo lo que la  Madre la mandó, y el seductor, contra quien se descubrieron otros delitos, fué apresado y puesto en un calabozo en Toledo.

     240.    Fueron a ver a la Madre María Cándida dos que vivían mal, y preguntándola la Madre qué tal estaban, respondió la mujer: "-Mi marido es el que anda mal." "-Embustera, dijo la Madre, si ése no es tu marido, si a tu marido lo has matado; ¡a qué vienes con eso!" Entonces el hombre dijo a la Madre que cómo se lo haría bueno. Y la Madre replicó: "-Si ustedes no me dan ahora mismo palabra de casarse, van ustedes a la cárcel desde aquí." Entonces empezaron a temblar, y arrepentidos de su mala vida dieron palabra de casarse al instante y la cumplieron.

     241.    Antes de entrar en religión, fué una joven a despedirse de la Madre María Cándida, y ésta, conociendo lo que la joven meditaba en su interior, la dijo: "-Hija mía, ¡cuidado con lo que usted hace, que con Dios no se juega!", porque veía que, aunque Dios la llamaba para sí, ella no tenía intención de perseverar, sino de salirse después del convento. Salió, efectivamente, al poco tiempo de haber entrado; pero lo mismo fué salir que quedarse ciega, en castigo de su culpa.

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