APUNTES BIOGRÁFICOS SOBRE LA MADRE CÁNDIDA DE SAN AGUSTÍN 3, 20

sábado, 27 de julio de 2013


                                                        De  la  obediencia.

     341.    Toda la vida de la Madre María  Cándida de San Agustín fué un continuo ejercicio de obediencia. Observó los mandamientos de Dios y de la Iglesia, siguió la vocación divina que la llamaba al claustro y en la religión cumplió fielmente lo prescrito en la Regla de San Agustín, Constituciones de la Orden y laudables costumbres del Monasterio. En el siglo obedeció a sus padres, en la religión, tanto de novicia y súbdita como de Prelada, a sus Superiores.

    342.    Testimonio de su ciega obediencia en la Religión es un precioso pañuelo blanco, que se conserva como reliquia en el convento de Agustinas Magdalenas de Alcalá, calado y bordado por ella, que no sabía bordar, en cumplimiento del mandato de la Superiora que la ordenó ese trabajo. Fué regalado a doña Jacoba Aguado, bienhechora del convento, y lleva en cada ángulo dentro de un corazón una letra bordada, es decir, la J y la A, repetidas dos veces, y significan el nombre de la donataria.





Cortinilla del sagrario, bordada por Madre Cándida, que se conserva en  el convento de agustinas 
de San Diego en Valdepeñas.


343.    Especial obediencia demostró en las gravísimas enfermedades, que sufrió largo tiempo y con gran paciencia, de recién profesa, sometiéndose con grandísima docilidad a las disposiciones de los médicos y a las órdenes de la Superiora, de su Maestra y de la Enfermera. Y más adelante, en medio de los grandes dolores que padeció y recibía como regalos de su divino Esposo Jesús, se consolaba en gran manera cuando, a pesar de ellos, podía asistir al coro y demás actos de Comunidad.


Escalera del convento de Agustinas Concepcionistas  "Las Gaitanas" de Toledo

  344.    En el desempeño de su misión de fundadora del convento de Agustinas de Valdepeñas procedió en todo con la debida dependencia de los Prelados y consejo de su confesor D. Cesáreo Humarán, que fué su Director espiritual muchos años, primero en Alcalá y después en  Toledo. 
  
Vista frontal de la escalera 

     345.    Se conformó asimismo en cuanto al hábito, actos comunes y horario con los que estaban en uso en la Comunidad de Agustinas Concepcionistas, vulgo Gaitanas, de Toledo, en cuyo convento vivía, y en el cual con las debidas licencias preparaba la Comunidad, que a su tiempo había de trasladarse, cuando estuviese terminado, al convento que ella fundaba en Valdepeñas, sin valerse, como hubiera podido hacerlo, de su calidad de fundadora para retener cuando menos, el hábito que había recibido de novicia y estaba en uso en el convento de su procedencia, que era el de Agustinas Magdalenas de Alcalá de Henares. "Mi compañera y yo -escribía, recién llegada a Toledo, a D. Manuel Raposo el 21 de Noviembre de 1853- tenemos que conformarnos en todo con estas señoras y tenemos que mudar los hábitos y no nos sirven los que tenemos. Suplico a usted, por el amado Jesús, vea cómo nos puede recoger algunas limosnas: así lo espero de su caridad."

Detalle del pavimento, actualmente protegido por un metacrilato.


     346.    Singular cuidado tuvo también la Madre María Cándida de San Agustín de que las hijas que admitía y educaba en Toledo para su convento de Valdepeñas, dentro de la vida común y perfecta pobreza, se fundasen en la más exacta obediencia.
     Exponiendo el género de vida que hacía con sus hijas, escribía la Madre en 9 de Junio de 1858 a doña Juana Vizcaíno: "Nuestra vida es común, de modo que una almendra que sea es para todas, sin tener más cuidado que desempeñar cada una adonde la obediencia las pone."

     347.    Por fin, en las últimas enfermedades, en medio de los gravísimos dolores, expiatorios de pecados ajenos, que las medicinas no lograban remediar, seguía dócilmente, aun persuadida de la inutilidad de los remedios, los consejos del médico, del confesor y de sus hijas. Así esperó serena el momento de decir tranquilamente, en punto de muerte, a semejanza de nuestro Redentor, la consoladora palabra "Consummatum est". Esto es, que había cumplido hasta lo último la misión que el Señor la había encomendado en esta vida, y, en especial, en cuanto de ella había dependido, la de la fundación de su convento de Valdepeñas, cuya terminación en aquellos solemnes momentos dejó encomendada, cumpliendo también en esto la orden recibida del Señor, a la fidelísima compañera, que, en particular para esto, el mismo Señor la había dado, Sor María Dolores de Jesús. 


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APUNTES BIOGRÁFICOS SOBRE LA MADRE CÁNDIDA DE SAN AGUSTÍN 3, 19

lunes, 22 de julio de 2013
                                       OBSERVANCIA  DE  LOS  VOTOS

                                                                  De  la  pobreza.

     330.    Amó y practicó toda su vida la Madre María Cándida la virtud de la pobreza, es decir, el despego absoluto de los bienes terrenos. Hija de familia rica, adornada de dotes no comunes hubiera podido, quedando en el siglo, crearse una posición para muchas envidiable; pero ella, sin preocuparse siquiera de saber lo que tenía, quiso deliberadamente renunciar a todo por amor de su Esposo divino, que había proclamado bienaventurados los pobres de espíritu, por que de ellos sería el reino de los cielos.

     331.    Vivía la Madre María Cándida completamente despegada de las cosas terrenales, no considerándose propietaria de cosa alguna, sino sólo usufructuaria de lo que la Comunidad la concedía y la era estrictamente necesario, y usando de ello con completa dependencia de la Superiora. Así, por ejemplo, en el libro de rezo "Officia Propria Sanctorum Ordinis Eremitarum S. Augustini", edición de Madrid de 1827, que se conserva en el convento de Agustinas Magdalenas de Alcalá, se lee: "A uso de Sor María Cándida de San Agustín con licencia de mi Señora priora. Gracias a Dios y bendito sea por todo. Amén Jesús. Abril 19 año 46".     
          
Entrada  a la celda donde murió la Madre María Cándida de San Agustín                             
     332.    Tan amante era la Madre María Cándida de la pobreza religiosa, que al preparar en Toledo, ayudada de su compañera, la Comunidad que había de trasladarse después al convento de Valdepeñas por ella fundado, quiso que se estableciese con la sólida base de la vida común perfecta. Pobre, además, en cuanto al efecto quiso que fuese su Comunidad, contentándose de lo necesario, obtenido muchas veces de limosna.

     333.    Muerto su padre, dispuso la Madre María Cándida, con la licencia de sus superiores, de toda su legítima, sin reservarse lo más mínimo, en la adquisición del solar en que se había de construir el convento de Valdepeñas, que por voluntad de Dios y con licencia de sus Prelados tenía el encargo de fundar.



Libros y reclinatorio de la Madre María Cándida de San Agustín que se conservan en la celda donde murió.

     334.    Y antes de morir, para estar más desprendida de todo y volar expeditamente al cielo a unirse con su Amado, quiso hacer solemne desapropio de lo que tenía a su uso, confirmando más y más el voto de pobreza que tenía hecho en su religiosa profesión y el completo despego de todo bien caduco, a que había llegado mediante la práctica de la santa virtud de la pobreza.

                                                          De  la castidad

     335.    La castidad, que, al decir de la Madre María Cándida de San Agustín, es "virtud que roba el corazón de nuestro Padre Dios", fué sumamente amada de esta Sierva de Dios, que eligió por complacer a su celestial Esposo Jesús vivir en castidad perfecta, abrazando el estado religioso. Demostró su heroísmo en esta virtud luchando largo tiempo y sobreponiéndose con gran constancia a las dificultades que se opusieron a su vocación religiosa.  "Yo, hija mía -escribió ella misma el 20 de Diciembre de 1860 a doña Juana Vizcaíno- sabes te tengo dicho el modo que tuve para ser religiosa. No lo preguntaba, sabía que el mundo no era para mí; y sin embargo que tenía cuanto puede alagar como son riquezas y ser guapa, según me decían, y muchos lobos que me hacían la rueda y deseaban cogerme, los despreciaba y sólo suspiraba llegara el día de dejarlo; y aunque me hubieran hecho emperatriz, jamás me harían desmayar. Como me sucedió, tuve que esperar tres años que duró la Constitución por no tener la edad;  esperé otros tres años, sin que las amenazas me acobardaran, ni las ofertas que me hacían me entibiaran. Así pensaba yo, amada Juana mía."

     336.    Si antes de ser religiosa la Madre María Cándida, para conservar intacta su pureza virginal, se ejercitaba en la oración, frecuentaba los sacramentos, amaba la soledad y huía del ocio, hacía gran penitencia y era devotísima de la Santísima Virgen, especial Maestra y Abogada de las almas castas, con mayor empeño se sirvió con toda diligencia de estos y otros medios después que con voto solemne de castidad se ofreció al Señor en perpetuo holocausto por medio de la profesión religiosa. Llegó así al término de su vida sin haber manchado en manera alguna su inocencia bautismal, como lo aseguran los que íntimamente trataron y conocieron a esta Sierva de Dios.

     337.    Fué muy especial la castidad y pureza angelical de la Madre María Cándida de San Agustín; pues por singular favor de Dios fué ella tan sencilla e inocente, que no conoció ni sintió los movimientos de la concupiscencia,  causa frecuente de tantos pecados, y por mucho tiempo la conservó el Señor en una santa ignorancia de cuanto se opone a esta virtud de la pureza.

     338.    Otra gracia singular concedió también el Señor a la Madre María Cándida; pues en cierta ocasión, sintiendo la molestia que mensualmente suelen experimentar las mujeres, dijo en forma de súplica a Jesús estas o parecidas palabras: "-Pero, Esposo mío, ¿a qué esta incomodidad para mí?", y desde entonces desapareció y no volvió a sentir tal incomodidad o molestia.

     339.    La pureza angelical de la Madre María Cándida de San Agustín fué ensalzada, aun en vida, por su divino Esposo, concediendo en varias ocasiones, principalmente después de la sagrada comunión, singular fragancia al cuerpo de esta su Sierva: de tal fragancia, mayor o menor según la festividad del día, fueron testigos muchas veces las religiosas de la Comunidad; y era tal dicha fragancia que confortaba el corazón.

     340.    También hizo el Señor algún milagro en vida de la Madre María Cándida mediante la invocación de esta su Sierva y aplicación de algún pañito empapado en sangre de ella.


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APUNTES BIOGRÁFICOS SOBRE LA MADRE CÁNDIDA DE SAN AGUSTÍN 3, 18

domingo, 14 de julio de 2013
                                            De  la  humildad


     319.    Tenía la Madre María Cándida de San Agustín un gran concepto de la virtud de la humildad. Aconsejando a un joven llamado Manuel Torres, sobrino de doña Juana Vizcaíno, que pidiese esa virtud a la Santísima Virgen, le decía en carta de 29 de Diciembre de 1859: "Un alma humilde es paciente, sufrida, mortificada, en una palabra, tiene todas las virtudes." Y ella toda su vida se ejercitó con especial esmero en esta celestial virtud.

     320.    Cuando salió de Valdepeñas para ser religiosa hizo mucho sentimiento  gran parte del pueblo, que la estimaban por sus singulares prendas y virtudes, y no podían contener el llanto; pero ella, con el concepto humilde que de sí misma tenía, decía: "-¿Por qué lloran, si yo no sirvo ni hago falta para nada?"

     321.    Siendo religiosa fué muy favorecida del Señor con gracias extraordinarias, que por mucho que ella lo procurase muchas veces no se podían ocultar, y una de las cosas que con más instancia pedía al Señor, era que no la concediese nada extraordinario exterior y que lo viesen las criaturas, para huir así del aprecio y alabanzas humanas. Cuando a pesar de sus diligencias se descubrían algunas de estas cosas se llenaba de confusión y de vergüenza, considerándose indigna de tales favores y procurando ocultarlos.

     322.    Con tal diligencia procuraba la Madre María Cándida ocultar sus virtudes y hechos prodigiosos, que su biógrafo, D. Manuel Raposo, que la trató y comunicó por espacio de doces años y medio, llegó a decir, después de narrar algunas cosas, que innumerables otras, que pasaron en Alcalá, quedaban en silencio por ser imposible saberlas.

     323.    Cuando la Madre María Cándida se trasladó de Alcalá de Henares a Toledo iba precedida de la fama de santidad. Al llegar a Illescas, cerca del convento donde iba a hospedarse, se aglomeró mucha gente que la aclamaba Santa y la pedían que rogase a Dios por ellos; pero ella en su humildad y sencillez decía: "-¿Por qué dicen eso y viene tanta gente? ¿Adonde esta la Santa?",  y así entró en el convento.


Puerta de la iglesia del convento de  Agustinas Concepcionistas  "las Gaitanas" de Toledo por donde entró 
Madre Cándida. 

     324.    También en Toledo la esperaba a su llegada mucha gente en la iglesia y portería del convento,  deseosa de verla, saludarla y abrazarla por el grandísimo aprecio en que la tenían; pero ella, huyendo de todos estos homenajes, se apeó del coche, entró en la iglesia, se fué derecha al presbiterio y al poco tiempo, por la puerta que está detrás del altar  mayor, pasó a la clausura del convento.

   325.  Recibida con grande aprecio y obsequiada por la comunidad de Agustinas Concepcionistas de Toledo, se llenaba de confusión y reconocía no merecer ese aprecio, bendiciendo por todo al Señor.  

     326.    En las enfermedades y padecimientos gravísimos a que el Señór hasta con milagros quiso someterla en expiación de pecados ajenos y alivio de las almas santas del Purgatorio, bendecía a Dios, porque le regalaba con tanta misericordia; y a pesar de que nunca perdió la inocencia bautismal, en medio de los agudísimos dolores que padecía, llena de humildad decía el 20 de Noviembre de 1860  a doña Juana Vizcaíno: "¡Pobre de mi si me diera según merezco por mis pecados! Bendito sea. Amén." 

      327.    En sus relaciones con los prójimos dió muestras la Madre María Cándida de grande humildad, sirviendo y ayudando a todos con gran caridad y paciencia para salvar las almas y soportando con tranquilidad de espíritu las impertinencias de unos y las ofensas e injusticias de otros.
                                                              
     328.    Respecto de sus mismas religiosas, se consideraba inferior a ellas. "La suplico nos encomiende a Nuestro Señor -escribía el 6 de Octubre de 1858 a la Madre Carlota-,  y cuente con nuestras oraciones; las mías nada valen, las de mis palomitas son muy santas; ¡hijas de mi alma!, no las merezco; me confundo al verlas tan buenas y yo tan mala. Nuestro Señor tenga misericordia de mí."    


Presbiterio  de la iglesia de las Agustinas Concepcionistas  "Las Gaitanas" de Toledo.   

 Puerta (a la izquierda de la foto y que está abierta)  por la que entró  Madre María Cándida de San Agustín
         

     329.         Resplandeció de un modo extraordinario la heroica humildad de la Madre María Cándida en el caso de que ella misma da cuenta a doña Juana Vizcaíno en carta de 15 de Noviembre  de 1860. Celebraba la Madre Cándida todos los años, con su pequeña Comunidad, la fiesta de San Diego y la comunidad de Agustinas Concepcionistas, en cuyo convento vivía, y alguna vez había sido, aunque por poco tiempo, presidida por la misma Madre, se propuso honrarla ese año del modo que ésta refiere con las siguientes palabras: "La víspera de San Diego, vinieron las monjas por la noche a visitarme, excepto una: salieron a llamarla. Cuando todas estaban me dijo la que manda tenía orden para que yo ocupara su silla. La di las gracias excusándome con mis padecimientos; pero viéndola tan empeñada la dije: Lo haré, hija mía, aunque me mortifique, sólo por complacerte. Una monja, que la pobre no puede disimular la envidia que tiene de mi, se acercó a mí y yo, creyendo que me iba a decir alguna cosa reservada, me arrimé a su oído: creyendo ella no la oían las demás me dijo cosas que jamás las he oído. Gracias a Dios, pudo haber muchos disgustos y oyó mis gemidos, concediéndome  no lo oyera la Jesús. La Presidenta la riñó mucho. Me asusté en términos que no se me ha quitado el temblor. La dije tranquilamente: Hija mía, que no iré a la silla; así que no tengas por eso esa rabia; además, aún soy más burra que lo que tú me has llamado; jamás has dicho una verdad más grande. Dios Nuestro Señor me dió este ratito para que las ánimas lo ganaran. No pases pena por esto".

                                              
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APUNTES BIOGRÁFICOS SOBRE LA MADRE CÁNDIDA DE SAN AGUSTÍN 3, 17

domingo, 7 de julio de 2013
                                            De  la  fortaleza.


     306.    En el intenso amor hacia Dios, que cultivó con esmero desde muy pequeña; en la contemplación de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, que también desde muy pequeña se acostumbró a meditar, y en la gratitud para con el Señor, de quien recibía continuos y extraordinarios favores, encontró la Madre María Cándida de San Agustín aquel vigor y fuerza con que afrontó heroicamente graves dificultades de la vida y las tentaciones especialísimas con que el demonio pretendió, en diversas ocasiones, abatir la fortaleza de su ánimo invicto.

     307.    Esta fortaleza heroica la demostró la Madre María Cándida, aun con peligro de la vida, cuando siendo jóven se opuso varonilmente y contradijo a los discursos irreligiosos del revolucionario Riego en Valdepeñas.

     308.    No menor fortaleza de ánimo demostró resistiendo años enteros a los ruegos, amenazas y malos tratamientos de su padre, que por fuerza quiso obligarla a que se casase con alguno de tantos como la pretendieron en matrimonio. Con ninguno de estos medios pudo obtener el padre que María Cándida desistiese del firme propósito de servir perfectamente a Nuestro Señor Jesucristo, abrazando el estado religioso.

     309.    La virtud de la fortaleza cristiana de la Madre María Cándida, resplandeció de un modo especial en las terribles persecuciones que tuvo que sufrir durante su vida religiosa, por parte de los enemigos infernales, los cuales, ni con horribles representaciones, ni con atroces tormentos, ni con la fuerza material, lograron turbar la serenidad habitual de su alma, ni impedirla sus oraciones y comuniones o ejercitarse en obras de caridad para con los prójimos. Llegó la Madre María Cándida en ese punto, confiada en su divino Esposo Jesús, a burlarse de estos enemigos, tratándolos de miserables e impotentes, y amenazarles con la lucha de quitarles cuantas almas pudiera para conducirlas a Dios.

     310.    No menor fortaleza demostró la Madre María Cándida de San Agustín ante las amenazas de quien, contrariado en su vida licenciosa, fué a verla con ánimo de matarla. Armado de dos pistolas se la presentó en cierta ocasión un individuo enfurecido, diciéndola que la iba a matar, porque por causa de ella le había abandonado su querida, a quien amaba sobremanera. La Madre, muy serena y con gran confianza en el Señor, le invitó a que tirase, pero él, impresionado con la actitud de la Madre, no se atrevió a hacerlo. Luego la Madre empezó a reconvenirle, haciéndole varios cargos y consideraciones, a las que él contestaba que no creía nada de lo que le decía; pero preguntándole si lo creería si viese un demonio, contestó que sí. Entonces ella le despidió diciendo que se fuese a comer y después hablarían. Después de la comida se echó el hombre a dormir la siesta y de repente sintió que le cogían de una pierna y le tiraban de la cama; mira y ve un demonio horrible. Tal susto le entró, que le dió una congoja, de la cual creyeron se moría, llegando a darle por eso la Extremaunción. Cuando volvió en sí y se puso menos mal fué corriendo a verse con la Madre, pedirla perdón y preguntarla qué debía hacer. Dió luego licencia a su mujer, con la cual no hacía vida conyugal, para que se hiciese religiosa y él siguió viviendo cristianamente.

La Madre, muy serena y confiando en el Señor, le invitó a que tirase
     
     311.    Fué sobrehumana la fortaleza de la Madre María Cándida en las enfermedades y padecimientos que tuvo que soportar, especialemte en los diez y siete últimos años de su vida. Dichos padecimientos, ora procediesen de causas naturales, ora de persecuciones y malos tratamientos diabólicos, ora de especialísimas gracias del Señor que hacía participante a esta su Sierva de los dolores de su sagrada Pasión, o condescendiendo con su caridad, la concedía satisfacer por sus prójimos, tanto vivos como especialmente difuntos; lo cierto es que eran continuos e iban siempre en aumento hasta llegar a ser toda ella una llega y allarse en incesante dolor. Sin embargo, todo lo soportó  con admirable paciencia y santa alegría, considerando tales padecimientos como especiales favores del Señor y alabándole y dándole gracias por ellos.

     312.    Tuvo asimismo que sufrir mucho la Madre María Cándida en Alcalá y en Toledo por las críticas y murmuraciones de diversas personas, tanto religiosas y eclesiásticas como seglares, y también por las atroces injurias que la dijeron algunas otras movidas de la envidia; pero todo lo sobrellevó con inalterable tranquilidad y heroica paciencia.

     313.    Grandes fueron las contrariedades y sufrimientos, por los cuales tuvo que pasar la Madre María Cándida con motivo de las obras de Valdepeñas y del expediente seguido para obtener la Real orden que autorizase dicha fundación. La lentitud con que se tramitaba el expediente por la negligencia y falta de interés de varios de los que en él intervenían, fué para la Madre María Cándida un verdadero martirio, que, aunque soportado con heroica paciencia, concluyó con su vida, consumida por el celo del culto del Señor que deseaba vivísimamente tributarle en su convento de Valdepeñas.

     314.    En la misma Comunidad, que con tan buena voluntad había recibido a la Madre María Cándida en Toledo y en la pequeña que ésta iba preparando para su convento de Valdepeñas, tampoco faltaron a la Madre María Cándida ocasiones de ejercitar la paciencia. Mal aconsejadas las Agustinas Concepcionistas de Toledo, aun prescindiendo de otras molestias, se alegraban de las dificultades que sobrevenían e impedían la traslación de la Madre María Cándida con sus hijas al convento de Valdepeñas y retenían cuantas limonas recibían para ella. "Nos toman cuanto entra por ellas -decía la Madre respecto de esto último a doña Juana Vizcaíno en carta de 29 de Enero de 1861-, es una lástima. Nos encontramos sin..., no quiero decírtelo, porque vas a tener pena y a pasar malos ratos. Todo sea por Dios." Y en cuanto a su futura Comunidad tuvo mucho que padecer la Madre con motivo de una pretendienta llamada María, que resultó no tener vocación, se enfermó y tardó la familia en llevársela. "La dan cada día los recargos más grandes -escribía la Madre a doña Juana Vizcaíno el 7 de Agosto de 1860-, y como es tan tonta y no sabe lo que es educación, cuanto habla son coces; tengo un martirio con sus burradas....; pide a Nuestro Señor vengan pronto  a por ella; si tardan, acaso no la podrán llevar. Todo sea por Dios.... Soy de piedra cuando resisto a tantas penas cono el mal de la María me ha ocasionado y me van a dar el pago de tirar nuevas coces.  Ya hablaremos también sobre esto: una y nada más". Todas estas mortificaciones las soportó la Madre María Cándida con grande resignación  y paciencia.

     315.    Prueba finalmente de grandísima fortaleza y completa conformidad con la voluntad de Dios dió la Madre María Cándida en su última enfermedad, cuando agobiada de dolores principalmente interiores y muy semejantes a los del Señor en la Oración del Huerto, se vió obligada a pedir humildemente  a Dios siquiera dos hora de descanso; pero añadiendo: "-Si es de vuestro agrado, y si no, contenta estoy."

                                               De  la  templanza

     316.    Además de observar escrupulosamente los ayunos de la Iglesia y los especiales de la Orden Agustiniana, era muy sobria la Madre María Cándida en sus alimentos. Mientras estuvo en Alcalá, absorta en la contemplación después de comulgar, casi ningún día desayunaba, comía poco y no dormía más que de dos a tres horas. En los últimos meses de su vida todo su alimentación se reducía a unos granitos de granada y bastante pan, porque a causa de una grande desgana no podía tomar otra cosa; pero era tal el concepto que sus hijas tenían de la sobriedad de la Madre, que creían que hacía aquello por mortificarse y la instaban a que se alimentase más, aumentándola con esos ruegos, aunque cariñosos, sus grandes padecimientos.

     317.    Siendo la meditación frecuente, al decir del Espíritu Santo, aflicción de la carne, continua puede decirse que fué la mortificación de la Madre María Cándida, ya que era asidua en la oración y meditación en cuanto se lo permitían otras ocupaciones, empleándose en ella la mayor parte de la noche. En los últimos años de su vida, aun enferma y necesitada de ayuda para ir al coro, iba a la oración y meditación de la mañana media hora antes de que a ella entrase la Comunidad, acompañada de una religiosa llamada Sor Hilaria, de modo que entraba la primera y salía la última de ese piadoso ejercicio.

     318.    Grande fué la penitencia que la Madre María Cándida practicó toda su vida con diversos instrumentos, siendo en ella muy frecuente  el uso de la disciplina, principalmente para satisfacer con sus padecimientos por las almas del Purgatorio.

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APUNTES BIOGRÁFICOS SOBRE LA MADRE CÁNDIDA DE SAN AGUSTÍN 3, 16

martes, 2 de julio de 2013
                                                     De   la   justicia.

     294.    Amó y observó escrupulosamente la Madre María Cándida la virtud de la justicia, respetando y obedeciendo a sus padres en cuanto podía obedecerles; pero cuando la voluntad de éstos parecía  oponerse a la divina, no dudó un momento en anteponer ésta a aquélla. Tal sucedió con la elección de estado, pues queriendo su padre a todo trance que se casase con alguno de tantos como la pretendían en matrimonio, ella pospuso la piedad filial y voluntad de su padre a la vocación divina y voluntad de Dios, que la llamaba al estado religioso, y persistió firme en su resolución y propósito y en la oración ferviente hasta obtener de su padre  el deseado consentimiento para se religiosa.

     295.    Era la Madre María Cándida sumamente agradecida a los beneficios divinos, como tales consideraba los grandes padecimientos a que el Señor se dignó someterla, aun milagrosamente, para merecer más para sí y para sus prójimos, tanto vivos como difuntos; y en medio de los más atroces dolores bendecía y alababa al Señor, dándole gracias porque la hacía tales favores y la trataba con tanta misericordia.

     296.    Quien tan agradecida era para con Dios no podía dejar de serlo para con sus prójimos bienhechores. Además de las continuas oraciones y sacrificios que por ellos hacía, no perdonaba ocasión de manifestarles su agradecimiento. La había regalado un reloj doña Juana Vizcaino, y el 28 de Marzo de 1858 la escribía: "¡Si vieras, hija mía, qué contenta estoy con mi reloj! Le tengo enfrentito de mí: a un lado está la Virgen y San Diego, y al otro lado mi Niño Jesús. Anda tan bien que sería una lástima le falte cuerda. No sé con qué pagarte tanto como te debo, hija mía; Dios te lo pague todo."  Otras veces, agradeciendo los beneficios que de ella recibe, la dice que la da las gracias con un "Dios te lo pague muy grande".  Y las cartas que se conservan de la Madre María Cándida revelan profunda gratitud para con todos sus bienhechores, y de modo especial para con los que la ayudaban en las obras de la fundación de su convento de Valdepeñas y en las cosas del culto divino.

     297.    No se contentó con manifestarse ella agradecida a sus bienhechores, sino que quiso que sus hijas les manifestasen después perpetuamente su agradecimiento con anuales aniversarios, a saber: tres por personas especiales, que son D. Francisco Arés, vecino que fué de la Coruña, y su familia, doña María del Pilar Osorio, Marquesa de Noguera, y doña Francisca Ganchegüe; y uno general por todos, a quienes, además, toda la Comunidad había de tener presentes todos los días en sus oraciones. Estos aniversarios se celebran religiosamente en la actualidad en el convento de Agustinas Magdalenas de San Diego de Valdepeñas.

     298.    No vacilaba la Madre María Cándida en pedir a su Niño Jesús del Consuelo hasta milagros en favor de sus bienhechores, alcanzando de Él que se les difiriese años enteros la muerte. Era doña Francisca de Borja, juntamente con su marido, Don Bernardino Tormejón, gran bienhechora de la Madre Cándida, y un día el Niño Jesús del Consuelo dijo a ésta: "-Me voy a llevar a Paquita." "-¿A quién?- preguntóle sorprendida la Madre Cándida, continuando con sencillez: -De ninguna manera. ¿Estás viendo lo que están haciendo por nosotras y vas a hacer esa partida? De ninguna manera." Y así fué, que la dejó, sucediendo entonces que, cuando lo dicho pasaba en Toledo, dió a doña Francisca, en Madrid, un accidente del que los médicos y todos decían que no saldría, y sin saber cómo salió de él, asegurando los mismos médicos que aquello había sido un milagro. Vivió después doña Francisca dos o tres años más, debido a la intercesión de la Madre María Cándida.

     299.    Conservaba y cultivaba el agradecimiento respecto de sus bienhechores la Madre María Cándida, aunque se la hubiesen vuelto ingratos, pidiendo para ellos extraordinarios favores del Señor. El 26 de Agosto de 1860 murió del cólera la Madre Sor Facunda Pascual, Presidenta del convento de Toledo en que vivía la Madre Cándida. Con tal motivo, rogó ésta al Señor que a ninguno de sus bienhechores, aunque se le hubiesen vuelto ingratos, le diese el cólera o muriese de él; así se lo concedió, pues habiendo muerto tanta gente en Toledo, que algún día pasaron de ciento los muertos, a ninguno de dichos bienhechores le dió, o si alguno lo sintió no murió de él. Doña Juana Vizcaíno, que estaba entonces en dicha ciudad, fué testigo de lo dicho. Y lo mismo pidió y obtuvo para los bienhechores de fuera de Toledo.

     300.    Fué siempre la Madre María Cándida muy sumisa y respetuosa para con su Maestra y sus Prelados en Alcalá, y siendo ella Superiora tanto en Alcalá como en Toledo, manifestó  el mayor respeto a la autoridad eclesiástica y se sometió a sus disposiciones con rendido obsequio de súbdita deferente. Principalmente como fundadora de su convento de Valdepeñas y Superiora de las jóvenes que para dicho convento preparaba en Toledo, procedió siempre con la debida dependencia de los Superiores eclesiásticos.

     301.    Terminada, en cuanto estuvo de su parte, la fundación del convento de Valdepeñas, la Madre Cándida atribuyó al Señor, fuente y origen de todo bien, mucho más que a su concurso, aquella obra que tantos trabajos y padecimientos la había costado. Agradeciendo a doña Marta Gallego la ayuda que ella y sus parientes habían prestado para dicha fundación, dice que ésta es obra de Dios: "Sí, amada, suya es -escribe en 6 de Enero de 1861 a la citada señora-; nada tiene mío, no he hecho más que hacer lo que me ordenaba, por lo que doy por muy bien empleados mis padecimientos, que sólo se sabrán en la divina presencia. Alabemos a nuestro Dios por todo."


Correa de la Madre Cándida de San Agustín que se conserva en el convento de Valdepeñas


     302.    En cuanto a la virtud de la justicia, respecto de sus prójimos, nadie tuvo que quejarse de la Madre María Cándida, cumpliendo, como cumplía, fielmente sus compromisos. Esta virtud resplandeció especialmente en ella en todo el tiempo que duró la fundación de su convento de Valdepeñas para cuyas obras, comenzando por la adquisición del solar, tuvo que desembolsar crecidísimas sumas de dinero hasta poner el convento en condiciones de ser habitado y dejar la iglesia decorada y dotada de todo lo necesario y conveniente para el culto divino: a propietarios, operarios y artistas, sea personalmente, sea por medio de apoderados, satisfizo sus créditos con toda religiosidad, a costa, muchas veces, de grandes sacrificios. Lo propio hizo con el Gobierno, proveyendo para constituir la renta que éste exigía para conceder la licencia de fundación, mayor suma de dinero de la que era estríctamente necesaria.

     303.    Era la Madre María Cándida muy sencilla, sobremanera franca, de carácter alegre, sin salir de los límites de la moderación y compostura religiosa, y enemiga de toda tristeza con poco agrado del enemigo infernal, que también por esta causa la maltrataba. "Mucho siento, pichona -escribía el 1º de Diciembre de 1860 a doña Juana Vizcaíno-, tus padecimientos, que proceden de la tristeza que padeces, causada de los nervios, y el tiempo tan húmedo es muy malo para este padecimiento. Debes desecharla, hija mía, haciéndote superior. Amada mía, es cosa mala la tristeza, quita el gusto para todo. Así dicen los del rabo (los demonios) cazan almas. Yo les digo: No serán amigas de la virtud a las que engañéis; andar, embusteros. Me dieron un empellón que fuí a parar a una mesa; me di un gran golpe; se me ha quedado todo el lado resentido".

     304.    Con la franqueza y ternura de madre comunicaba la Madre María Cándida con sus hijas sus alegrías y sus dolores, alternando con ellas en santa fraternidad. Común era la alegría de los regalos que la Madre recibía de sus bienhechores. Así, por ejemplo, en 13 de Noviembre de 1860 escribía a doña Juana Vizcaíno, respecto de un regalo recibido de una señora: "La señora doña Clara estuvo en la función de San Diego. Ya me han dado las estampas, que están hermosísimas, y un cuadro con marco  dorado: está muy hechicero. Nos pusimos locas de contentas con el cuadro y las estampas. Dios, Nuestro Señor, la dé las gracias, que la deseo, a esa señora tan piadosa que tanto bien nos ha hecho. Dala un abrazo cuando la veas." Y en 10 de Enero de 1861 decía en carta a doña Marta Gallego: "Ayer recibí el cajón con los ricos mantecados y empanadas. ¡Si viera usted, amada mía, a mis hijas alrededor del cajón dándole vivas a usted! Yo de risa no podía valerme. Tuvimos un rato que hacía mucho tiempo no había reído con tanto gusto. La damos, amada mía, millones de gracias, con un Dios se lo pague muy grande. Me confundo al ver no lo merezco eso ni nada. ¡Viva Jesús!, en el que todo lo podemos."

     305.    Comunes eran también las tribulaciones en las dificultades que sobrevenían e impedían la traslación de la Madre María Cándida con sus hijas al idolatrado convento de Valdepeñas, y no poco participaban las hijas de los grandes dolores que soportaba la Madre por causa de las enfermedades y padecimientos, tanto naturales como sobrenaturales, a que el Señor la sometía, y que por mucho que ella disimulase no podía ocultarles del todo. Tratando alguna vez sus hijas de levantar el ánimo de la Madre en una grave enfermedad, y excusándose ella de no poder hacer tanto como aquellas deseaban, es fama que, agradecida u jovial, les preguntase. "-¿Habéis visto alguna vez danza de enfermos?".


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