DE LA FAMA DE SANTIDAD EN LA VIDA Y DESPUÉS DE LA MUERTE DE LA SIERVA DE DIOS SOR MARÍA CÁNDIDA DE SAN AGUSTÍN
434. Grande fué la fama de santidad y de virtud de hacer milagros de que gozó la Madre María Cándida de San Agustín durante su vida. Aun antes de ser religiosa ya gozaba de gran fama de virtud; de religiosa en Alcalá ya era aclamada como santa y poderosa para socorrer necesidades hasta con milagros; por tal la tenían los pueblos por donde pasó en su tránsito de Alcalá a Toledo, y en Toledo mismo y en muchos otros puntos por tal la tuvieron todo lo restante de su vida, como se podría probar con muchos otros hechos, sobre los ya narrados en artículos precedentes. A mayor abundancia referiremos algunos otros.
435. El médico del convento de Agustinas Magdalenas, de Alcalá de Henares, que asistía a la Madre María Cándida cuando estuvo a punto de morir el año 1828 y fué curada milagrosamente por intercesión de San Diego, encantado de su virtud y santidad, la llamaba su ángel y decía que más quería que se le muriesen su mujer y sus dos hijas que no su ángel. Cuando sucedió aquella curación milagrosa de la Madre y ocultándosela le llamaron, preguntó en seguida: "-¿Ha muerto mi ángel?", y al llegar a la puerta reglar lleno de pena volvió a preguntar: "-¿A qué hora ha muerto mi ángel?" Cuando al abrir la puerta la misma Madre María Cándida, ya buena y sana, le saludó diciendo: "-Buenas noches, Don Mariano", él, algo incrédulo en punto a milagros, sorprendido y asombrado de ver viva y buena a la que esperaba encontrar muerta o expirando, empezó a dar voces diciendo: "-Creo, creo", y así iba por el claustro y subió con las religiosas para hacer las pruebas y cerciorarse más de lo que veía. Luego dijo a la Madre María Cándida que rogase a Dios por él y le pidiera que muriese en sus brazos. Y así sucedió; pues desengañado por lo que había visto, hizo una buena confesión, viviendo en adelante muy cristianamente, y un día, bajando de la enfermería acompañado de la Madre María Cándida, le dió un ataque, y se cayó, la Madre le tomó en sus brazos y expiró.
436. Por el mismo tiempo de la curación milagrosa de la Madre María Cándida estaba también enferma de cuidado Sor María de los Dolores de Jesús; pues llevaba dos años de calentura continua y decían que estaba ya en el segundo de tisis. Viendo ella el prodigio que Dios había obrado con la Madre María Cándida por intercesión de San Diego, la dijo: "-Mira, ya que el Señor ha hecho eso contigo, que estabas peor que yo, pídele que, si me conviene, me conceda la salud." Al instante se puso buena y sana, como si tal cosa no hubiera tenido, atribuyendo este milagro a la Madre María Cándida y diciendo: "-San Diego ha curado a Sor María Cándida, y Sor María Cándida me ha sanado a mí."
437. Había en la Coruña un cirujano enfermo, que había gastado en médicos y medicinas cuanto tenía y cada día se hallaba peor, llegando a verse desahuciado. En este desconsuelo tuvo noticia de la Madre María Cándida, oyendo decir muchas cosas de ella, y secundando el impulso que tenía se encomendó a ella. ofreciendo, si se ponía bueno, ir a verla y darle las gracias. No le engañó su fe, pues al instante sanó y recobró completa salud. Nadie sabía nada de esto hasta que él se presentó a dar las gracias a la Madre y lo publicó.
438. El armero Jacinto López, del pueblo de Villa del Prado, hijo de D. Gregorio y de doña Paula Rodríguez, iba una noche, la víspera de San José, a su pueblo, y al pasar por el monte se le presentaron unos que le esperaban para matarle: en este apuro él empezó a clamar a la Madre María Cándida que le amparase, y en el acto los que le acechaban quedaron parados sin poderse mover. Jacinto aligeraba el paso, clamando, interiormente, a la Madre, y estando nublado se le presentó en el aire, como cuando la luna se deja ver un poco entre nubes, y le acompañó hasta la entrada del pueblo. Después le escribió la Madre y le decía que otra vez no corriese tanto, que la había hecho correr mucho y ella no podía correr tanto como él. Esta familia recibió de la Madre muchos favores extraordinarios como contaban los mismos favorecidos.
439. Una parienta del farmacéutico de Villa del Prado tenía un cáncer en un pecho, y estaba tan mal, que, habiendo resultado inútiles todos los remedios, llevaba una semana de dolores tan atroces que la hacían gritar continuamente con gran molestia de toda la vecindad. Resuelta a hacerse la operación para extirparle, se puso la noche antes con toda fe y devoción una estampita del Niño Jesús del Consuelo de la Madre María Cándida, y a la mañana siguiente amaneció buena y sana. Don Paz García Valliano, que así se llamaba el farmacéutico, en vista de tal prodigio, fué a visitar a la Madre María Cándida y a darla las gracias por tan gran beneficio, pero no fué menor, aunque de otro orden, el que él recibió; pues de la entrevista con la Madre salió completamente transformado de soberbio, iracundo y de vida no muy arreglada, en hombre tranquilo, manso y resuelto a cambiar de conducta. Quedó después tan devoto y agradecido a ella, que la tenía por santa, la visitaba con frecuencia y la llevaba algunos regalos.
440. Una pobre mujer del mismo pueblo, de Villa del Prado, iba a Toledo con una mula cargada, y cayendo el animal debajo de la carga estaba a punto de perecer. La mujer se hallaba sola, y no pudiendo valerse con la caballería, empezó a llamar y a dar voces diciendo: "-Madre Cándida, ampáreme usted que se me mata mi mula." Distaba cinco leguas de Toledo, y estando la Madre María Cándida con otras en su celda, les dice "-¿Quién me llama?... ¿No oís las voces que me dan? " Y en efecto, las otras, también las oyeron. Fué la Madre y levantó la mula buena y sana. Al día siguiente en cuanto pudo se presentó la mujer a dar gracias a la Madre, y ésta, antes de que la mujer llegase al torno, dijo a Sor Jesús: "-Anda, baja que llega al torno la Fulana." Y así fué. Apenas llegó la mujer empezó a contarlo todo, y lloraba de alegría diciendo que a la Madre Cándida debía que no se le hubiese matado su mula.
441. Un hombre viudo, de un pueblo distante algunas leguas de Toledo, iba con su hija un día a Toledo. Por no mantenerla le vino el pensamiento de matarla, y ya iba a ejecutarlo. La hija llamó a la Madre María Cándida que la amparase, y la Madre la libró de las manos de su padre. Llegaron a Toledo, y la hija se fué al instante a ver a la Madre, pero el padre no quiso subir al torno. Sin haber dicho la hija nada de su padre, la Madre la preguntó: "-¿Donde se ha quedado tu padre? Dile que suba." El hombre no quería; pero al fin subió. "-¿Por qué no quería usted subir?", le dijo la Madre, y él empezó a dar sus excusas. Entonces la Madre le reprendió de la crueldad que había querido cometer con la hija refiriéndole todo lo sucedido. El hombre empezó a llorar y pedir perdón, prometiendo, que otra vez no volvería a pensar en hacer tal cosa.
442. En Madrid se estaba muriendo una señora conocida de doña Francisca, esposa de D. Bernardino Tormejón, y ésta fué a verla llevando un pañito teñido en sangre de la Madre María Cándida que, con mucha fe e invocándola, le puso en la boca. La enferma, estando como estaba acabando, al punto abrió los ojos y volvió tan en sí que en seguida se puso buena.
443. El Reverendo Padre D. Rodulfo Millana, religioso Bernardo, hombre de mucha virtud y letras, decía a D. Manuel Raposo que la Madre María Cándida era santa y virtuosa y muy perseguida del demonio, que la mortificaba y maltrataba de muchas maneras. Hacía tiempo que dicho D. Manuel Raposo deseaba encontrar una persona verdaderamente santa, cuanto en la tierra se puede ser, y quedar enteramente penetrado, convencido y persuadido de ello después de buen examen. Por Julio de 1848 vivía en Alcalá doña María Díaz con su familia, toda ella muy conocida de D. Manuel, y por medio de ella comenzó éste a examinar si la Madre María Cándida era verdaderamente santa o no. Visitaba a ésta mucho doña María, y a veces, cuando iba a Madrid, daba expresiones a D. Manuel, de parte de la Madre María Cándida que decía conocerle: "-No puede ser que me conozca -sostenía D. Manuel-, porque no me ha visto nunca." Y doña María afirmaba que sí, que le conocía y que daba señas exactas de él. Entonces D. Manuel, escribiendo a una persona de dicha familia, dirigió un párrafo a la Madre María Cándida, diciéndola que, si era del mismo pensamiento y parecer que él, le indicase qué era lo que debía hacer, y le respondió muy a propósito, quedando él muy admirado y con deseo de verla y sondear bien su interior. Ella no cesaba de enviarle expresiones con dicha señora y de decirle que fuera a verla, que quería hablar despacio con él; a lo que D. Manuel respondía que si tanto lo deseaba que se lo mandase e iría; siendo su intención, que ella lo pidiese a Dios y el Señor así lo dispusiera.
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436. Por el mismo tiempo de la curación milagrosa de la Madre María Cándida estaba también enferma de cuidado Sor María de los Dolores de Jesús; pues llevaba dos años de calentura continua y decían que estaba ya en el segundo de tisis. Viendo ella el prodigio que Dios había obrado con la Madre María Cándida por intercesión de San Diego, la dijo: "-Mira, ya que el Señor ha hecho eso contigo, que estabas peor que yo, pídele que, si me conviene, me conceda la salud." Al instante se puso buena y sana, como si tal cosa no hubiera tenido, atribuyendo este milagro a la Madre María Cándida y diciendo: "-San Diego ha curado a Sor María Cándida, y Sor María Cándida me ha sanado a mí."
437. Había en la Coruña un cirujano enfermo, que había gastado en médicos y medicinas cuanto tenía y cada día se hallaba peor, llegando a verse desahuciado. En este desconsuelo tuvo noticia de la Madre María Cándida, oyendo decir muchas cosas de ella, y secundando el impulso que tenía se encomendó a ella. ofreciendo, si se ponía bueno, ir a verla y darle las gracias. No le engañó su fe, pues al instante sanó y recobró completa salud. Nadie sabía nada de esto hasta que él se presentó a dar las gracias a la Madre y lo publicó.
438. El armero Jacinto López, del pueblo de Villa del Prado, hijo de D. Gregorio y de doña Paula Rodríguez, iba una noche, la víspera de San José, a su pueblo, y al pasar por el monte se le presentaron unos que le esperaban para matarle: en este apuro él empezó a clamar a la Madre María Cándida que le amparase, y en el acto los que le acechaban quedaron parados sin poderse mover. Jacinto aligeraba el paso, clamando, interiormente, a la Madre, y estando nublado se le presentó en el aire, como cuando la luna se deja ver un poco entre nubes, y le acompañó hasta la entrada del pueblo. Después le escribió la Madre y le decía que otra vez no corriese tanto, que la había hecho correr mucho y ella no podía correr tanto como él. Esta familia recibió de la Madre muchos favores extraordinarios como contaban los mismos favorecidos.
Edicto promulgado por la diócesis de Madrid-Alcalá con el fin de recoger datos y testimonios sobre la santidad de la Sierva de Dios Sor María Cándida de San Agustín |
439. Una parienta del farmacéutico de Villa del Prado tenía un cáncer en un pecho, y estaba tan mal, que, habiendo resultado inútiles todos los remedios, llevaba una semana de dolores tan atroces que la hacían gritar continuamente con gran molestia de toda la vecindad. Resuelta a hacerse la operación para extirparle, se puso la noche antes con toda fe y devoción una estampita del Niño Jesús del Consuelo de la Madre María Cándida, y a la mañana siguiente amaneció buena y sana. Don Paz García Valliano, que así se llamaba el farmacéutico, en vista de tal prodigio, fué a visitar a la Madre María Cándida y a darla las gracias por tan gran beneficio, pero no fué menor, aunque de otro orden, el que él recibió; pues de la entrevista con la Madre salió completamente transformado de soberbio, iracundo y de vida no muy arreglada, en hombre tranquilo, manso y resuelto a cambiar de conducta. Quedó después tan devoto y agradecido a ella, que la tenía por santa, la visitaba con frecuencia y la llevaba algunos regalos.
440. Una pobre mujer del mismo pueblo, de Villa del Prado, iba a Toledo con una mula cargada, y cayendo el animal debajo de la carga estaba a punto de perecer. La mujer se hallaba sola, y no pudiendo valerse con la caballería, empezó a llamar y a dar voces diciendo: "-Madre Cándida, ampáreme usted que se me mata mi mula." Distaba cinco leguas de Toledo, y estando la Madre María Cándida con otras en su celda, les dice "-¿Quién me llama?... ¿No oís las voces que me dan? " Y en efecto, las otras, también las oyeron. Fué la Madre y levantó la mula buena y sana. Al día siguiente en cuanto pudo se presentó la mujer a dar gracias a la Madre, y ésta, antes de que la mujer llegase al torno, dijo a Sor Jesús: "-Anda, baja que llega al torno la Fulana." Y así fué. Apenas llegó la mujer empezó a contarlo todo, y lloraba de alegría diciendo que a la Madre Cándida debía que no se le hubiese matado su mula.
441. Un hombre viudo, de un pueblo distante algunas leguas de Toledo, iba con su hija un día a Toledo. Por no mantenerla le vino el pensamiento de matarla, y ya iba a ejecutarlo. La hija llamó a la Madre María Cándida que la amparase, y la Madre la libró de las manos de su padre. Llegaron a Toledo, y la hija se fué al instante a ver a la Madre, pero el padre no quiso subir al torno. Sin haber dicho la hija nada de su padre, la Madre la preguntó: "-¿Donde se ha quedado tu padre? Dile que suba." El hombre no quería; pero al fin subió. "-¿Por qué no quería usted subir?", le dijo la Madre, y él empezó a dar sus excusas. Entonces la Madre le reprendió de la crueldad que había querido cometer con la hija refiriéndole todo lo sucedido. El hombre empezó a llorar y pedir perdón, prometiendo, que otra vez no volvería a pensar en hacer tal cosa.
442. En Madrid se estaba muriendo una señora conocida de doña Francisca, esposa de D. Bernardino Tormejón, y ésta fué a verla llevando un pañito teñido en sangre de la Madre María Cándida que, con mucha fe e invocándola, le puso en la boca. La enferma, estando como estaba acabando, al punto abrió los ojos y volvió tan en sí que en seguida se puso buena.
443. El Reverendo Padre D. Rodulfo Millana, religioso Bernardo, hombre de mucha virtud y letras, decía a D. Manuel Raposo que la Madre María Cándida era santa y virtuosa y muy perseguida del demonio, que la mortificaba y maltrataba de muchas maneras. Hacía tiempo que dicho D. Manuel Raposo deseaba encontrar una persona verdaderamente santa, cuanto en la tierra se puede ser, y quedar enteramente penetrado, convencido y persuadido de ello después de buen examen. Por Julio de 1848 vivía en Alcalá doña María Díaz con su familia, toda ella muy conocida de D. Manuel, y por medio de ella comenzó éste a examinar si la Madre María Cándida era verdaderamente santa o no. Visitaba a ésta mucho doña María, y a veces, cuando iba a Madrid, daba expresiones a D. Manuel, de parte de la Madre María Cándida que decía conocerle: "-No puede ser que me conozca -sostenía D. Manuel-, porque no me ha visto nunca." Y doña María afirmaba que sí, que le conocía y que daba señas exactas de él. Entonces D. Manuel, escribiendo a una persona de dicha familia, dirigió un párrafo a la Madre María Cándida, diciéndola que, si era del mismo pensamiento y parecer que él, le indicase qué era lo que debía hacer, y le respondió muy a propósito, quedando él muy admirado y con deseo de verla y sondear bien su interior. Ella no cesaba de enviarle expresiones con dicha señora y de decirle que fuera a verla, que quería hablar despacio con él; a lo que D. Manuel respondía que si tanto lo deseaba que se lo mandase e iría; siendo su intención, que ella lo pidiese a Dios y el Señor así lo dispusiera.
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