DOSCIENTOS TRECE ANIVERSARIO
Después de más de un año de interrupción de esta humilde publicación, creo que ha llegado el momento en el que, como un sencillo pero muy sentido homenaje a esta gran mujer, lo retomemos, y ¿qué mejor fecha para ello, en la que recordamos el doscientos trece aniversario de su nacimiento?
En la calle Córdova, nº 6, de la muy Heroica Ciudad de Valdepeñas, vería la luz, un 15 de febrero del 1804, una niña que llenaría de gozo a sus padres Juan Félix de Córdova Abarca y Telesfora Pozuelo García y, dos días después, la Iglesia, al derramar las aguas bautismales y acogerla entre sus hijos, la impondrían los nombres de Cándida Gregoria Faustina María de los Dolores.
De los primeros años de Cándida, quedan constancia de hechos en los que vemos despertar ese sentido espiritual y esa presencia de lo sobrenatural en la que se desarrolló toda su vida.
Muy niña, de unos dos años, ya se la descubre bajando de su camita para ponerse a orar. Cuando sus padres la llevan a su cama, para impedir lo que veían como posible peligro de una caída, descubren con asombro, que la pequeña espera a que ellos duerman para realizar la misma operación.
Con tres años descubren que ya hace ciertos actos de penitencia. Y a los cinco, sale victoriosa de una hazaña impropia de su edad: acompañada de una sirvienta va a la iglesia y, en el momento de la comunión, se pone junto al altar, como los demás fieles que se aproximan a recibir la eucaristía. ¡Permisión de Dios!, el sacerdote no se da cuenta que la supuesta jovencita arrodillada que tiene delante, no es sino una niña puesta de pie, y bien de pie, para que no se note su menuda estatura. A partir de ese día Cándida ya puede comulgar todos los días, y el Señor sigue trabajando y regalando su pequeña alma, ahora con la fuerza del Sacramento.
A muy temprana edad empezó a dormir en el suelo y a llevar cilicios que le cubrían el cuerpo. Y, cuando las criadas, al descubrir su ropa manchada de sangre, la preguntaban la causa, solía responder con gracia: "serán las chinches".
También rehusaba los vestidos elegantes que su madre deseaba lucir con su hija. Aquí se dio un caso que recordarán después como excepcional. Un día, cansados de consentir a su "obstinación" de rehusar los mejores vestidos, a placer la pusieron todo lo más elegante que pudieron; apenas salieron de casa, un perro se le tiró encima. Cuando consiguieron echarlo fuera había destrozado el precioso vestido sin que la niña sufriera daño alguno. A Telesfora todo esto y muchos otros detalles la iban confirmando en que su pequeña estaba dotada de una gracia singular y que Dios estaba con ella.
La cruz es mi delicia y tesoro.
La cruz es mi delicia y tesoro.
La cruz es mi riqueza especial.
Es la cruz más preciosa que el oro.
Es más dulce la cuz que el panal.
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