SOR MARÍA CÁNDIDA DE SAN AGUSTÍN "LA PERLA DE VALDEPEÑAS" 7 - 3

miércoles, 17 de septiembre de 2014
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Núm. 7.                                                       JULIO                                                         1931. ________________________________________________________________________________              

             (Del periódico "La Perla de Valdepeñas" publicado entre los años 1931-1935)


                               Nuestro  Grabado
                                  Virtudes  de  la  Madre  Cándida: 
                                                   su modestia

   ¿Qué es la modestia? Es la virtud que modera y ordena nuestros sentidos exteriores y las actitudes y movimientos del cuerpo. Es, pues, la virtud de la templanza aplicada al continente exterior del hombre. Ella gobierna los ojos, substrayéndolos a toda licencia, a toda curiosidad malsana, a todo incentivo de liviandad o disipación. Ella regula los movimientos de la cabeza impidiendo la loca movilidad de los espíritus inquietos, ligeros y volubles. Ella viste decorosa pero pudorosamente el cuerpo, respetando la virtud ajena y haciendo respetar la propia. Ella tiñe de virginal carmín las mejillas cuando el pudor, que es el concepto de la propia dignidad y la vergüenza de la virtud asaltada, es objeto de un ataque de la indiscreción o de la malicia. Ella armoniza la gracia del donaire con la naturalidad, la elegancia y el lujo con la sencillez, la alegría y jovialidad con una edificante compostura. Ella, sobre todo, como virtud cristiana, respeta el propio cuerpo, aun en el secreto de la soledad, como a templo del Espíritu Santo, como a tabernáculo y sagrario de Dios, como a miembros de Jesucristo, con quien estamos configurados y compenetrados y aun transformados por la divina gracia. Por eso, cuanto más santa es un alma, tanto es más modesta.
   
     Jesús se apoderó del corazón de la niña Cándidita tan temprano, que desde que tuvo uso de razón expresó su voluntad de consagrarse a Él en el estado religioso. La pureza de la niña y de la joven Cándida, que llevó inmaculada al sepulcro, fué verdaderamente angelical. La naturaleza lejos de oponerse a la gracia en la obra de ir a Dios, le ayudaba de modo maravilloso. Aun cuando en la edad correspondiente la joven  Cándida empezó a experimentar la molestia mensual de su sexo, su determinación de renunciar absolutamente a toda esperanza del mundo fué tal, que en su sencillez la hizo dirigirse a Jesús en esta amorosa queja: "Pero, Esposo mío, ¿a qué esta incomodidad para mí?" Y Jesús, obsecuente con el deseo de su esposa, hizo que desde entonces desapareciera dicha molestia.
    
      Llamada por Jesús desde la infancia para pertenecerle por completo, la niña Cándida no pensó ni por un momento en agradar al mundo. Según crecía en edad crecía en gracia y en hermosura. Sus padres sentían el legítimo orgullo de tener una hija, a la par que tan buena,  tan agraciada, y querían exhibirla ataviada de elegantes vestidos. Cándida nunca se prestó a ello, y siempre quiso vestir modestísimamente, dentro de las exigencias de su honrosa posición.

    El grabado representa un episodio de su vida en el que se demuestra que la divina Providencia venía en auxilio de su elegida, para secundar sus planes de no  contemporizar en nada con el mundo y de conservar su corazón inmaculado para el Esposo Divino.

     El dibujante esta vez, como la otra en que la lavandera preguntaba a Cándida qué eran las manchas de sangre que ostentaban sus ropas y ella contestó que "serían de las chinches", ha equivocado la edad de la niña. En ambos episodios de su vida Cándida tendría de quince a dieciséis años; pero la substancialidad del hecho por eso no varía. El de nuestro grabado es el siguiente, tal y como lo relata su Vida en el número 18:
     
        "Era opuesta María Cándida a las galas y adornos con extremo. Un día, siendo ya mocita, se empeñaron sus padres en vestirla con elegancia, contra toda su voluntad; pero apenas salió a la calle, sin saber por dónde, se le acercó un perro y se lo deshizo todo, sin hacerla a ella el menor daño, confirmando así el Señor lo agradable que le era la singular modestia de la joven María Cándida."

   Las luchas que hubo de librar María Cándida para conservar la fidelidad jurada a su Esposo celestial, se pueden congeturar por la siguiente carta que, con fecha del 20 de Diciembre de 1860, escribió ella misma a doña Juana Vizcaíno, que dice así: "Yo, hija mía, sabes que te tengo dicho el modo que tuve para ser religiosa. No lo preguntaba; sabía que el mundo no era para mí, y sin embargo que tenía cuanto puede halagar, como son riquezas y ser guapa, según me decían, y muchos lobos que me hacían la rueda y deseaban cogerme, los despreciaba y solo suspiraba llegara el día de dejarlo; y aunque me hubieran hecho emperatriz, jamás me harían desmayar. Como se sucedió, tuve que esperar tres años que duró la Constitución, por no tener la edad; esperé otros tres años, sin que las amenazas me acobardaran, ni las ofertas que me hacían me entibiaran. Así pensaba yo, amada Juana mía".

     Si tanta fue la pureza de esta virgen del Señor, y si la conservación de esta angelical virtud requiere tanto espíritu de mortificación, y particularmente una modestia tan escrupulosa, bien puede congeturarse hasta qué punto llevaría la custodia de sus sentidos y el rigor de su recato, que había puesto como custodios de su corazón, ya reservado para sólo Jesucristo.


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                                                               Oración 
  
                                      ¡Oh Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo!
                         que de tantas maneras has manifestado tu Omnipotencia
                         y Misericordia en favor de los hombres: escucha mis ruegos
                         en la necesidad que ahora siento y por los méritos e intercesión
                         de la V.M. Cándida de San Agustín, concededme la gracia que 
                          pido si ha de ser para tu mayor gloria y bien de mi alma. Amén
                           
                                                        (Hágase la petición y récense tres Gloria Patri)

                       Rogamos nos comuniquen las gracias recibidas por intercesión de la
                                                          Sierva de Dios Madre Cándida de San Agustín. 
                                                       Pueden dirigirse a: MONASTERIO DE SAN DIEGO,
                                                                    MM. AGUSTINAS,  c/ Convento, 1
                                                                                13300 Valdepeñas 
                                                                           (Ciudad Real) ESPAÑA
                                                                                Tel.  926 32 21 05

                    Quienes deseen ayudar, con sus limosnas, a la causa de canonización de la Sierva de Dios, y a los gastos de edición de libros, estampas y reliquias, para dar a conocer su vida y propagar su devoción, pueden enviar sus donativos a nuestro Monasterio, por giro postal o por transferencia Bancaria a la cuenta corriente número:

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