SOR MARÍA CÁNDIDA DE SAN AGUSTÍN "LA PERLA DE VALDEPEÑAS" 8 - 1

martes, 30 de septiembre de 2014
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Núm. 8.                                                         AGOSTO                                                         1931. __________________________________________________________________________________              

                            (Del periódico "La Perla de Valdepeñas" publicado entre los años 1931-1935)


                      Virtudes de María Cándida
                                   Su edificante buen ejemplo.

     ¿Habrá que detenerse a ponderar la eficacia del apostolado del buen ejemplo de la joven María Cándida? Es el ejemplo un libro vivo, inteligible a sabios y a ignorantes, que persuade sin otro estudio que el de su atenta contemplación, y que se introduce en el fondo del alma aun contra la voluntad de quien quiera negarle la entrada. Sus enseñanzas se graban profundamente, y no sólo penetran en la inteligencia, sino que se graban con profunda impresión en el corazón.

     ¡Qué estrago más horrendo obra el mal ejemplo! ¡Cuántos bienes produce el buen ejemplo! Es verdad que es mucho mayor la eficacia del mal ejemplo para pervertir que la del bueno para convertir o mejorar, porque  seguir el mal ejemplo no es otra cosa que seguir la  corriente natural de la depravada naturaleza, mientras que ir en pos del buen ejemplo es luchar y remar contra el ímpetu de la mala inclinación.

    María Cándida, desde su infancia, fué siempre y en todas partes el buen olor de Cristo, como llama San Pablo al buen ejemplo de los cristianos. La hemos visto retraída del mundo, recogida en su casa, asidua al templo, comulgando diariamente, entregada a una vida de trabajo y oración, y hecha de mil modos la edificación de Valdepeñas.

     Siendo la joven María Cándida -dice su Vida- de familia rica, hermosa en lo físico y de excelentes cualidades morales, gozando ya de fama de gran virtud, tuvo muchos pretendientes que deseaban casarse con ella; pero nunca dió oídos a semejantes pretensiones, deseando únicamente ser fiel esposa de Jesucristo".

    ¿Era posible que tanta virtud no trascendiera en forma de buen ejemplo, que no dejara de impresionar eficazmente a cuantos se detuviesen a contemplarla?
       
       Su ascendiente se echó de ver en muchas ocasiones. "Con el P. Ildefonso Valiente -dice un biógrafo- de Valdepeñas, antes de entrar en la Compañía de Jesús, trataba mucho María Cándida y se comunicaban las cosas del alma. Así aprendió el P. Valiente a hacer una vida tan penitente que parecía sobre las fuerzas humanas, y se decidió a ser Jesuíta para trabajar cuanto pudiese por su propia santificación y por la salvación de las almas, poniendo después tal decisión en práctica".
  
     Había en Valdepeñas un masón, entre otros, sin duda, por cuya vuelta a Dios se interesó particularmente María Cándida. Aunque la vida de la Sierva de Dios cuenta el hecho escueto, fácil es conjeturar que a las entrevistas, discusiones y ruegos añadía la santa joven particulares oraciones y penitencias por su conversión, ya que tales son los medios ordinarios de la gracia para obrar sus maravillas. Pero es el caso que tanto fue el ascendiente de la joven María Cándida sobre aquella alma, que al fin, arrostrando por todo, abandonó la condenada sociedad secreta masónica, se convirtió, mudó totalmente de vida y al poco tiempo murió cristianamente.

     Nuestro grabado representa a la joven María Cándida en una de sus conferencias con el masón, ya profundamente caviloso y pensativo. En el rostro y el continente de la Sierva de Dios se refleja la bondad de su alma, el celo de su fe, la persuasión de su palabra y el porte angelical de una santa.
    


     La Vida de la Sierva de Dios cuenta otra notable conversión verificada por su medio en la persona de un mal hombre, y, aunque este hecho ya se verificó siendo religiosa María Cándida, cuadra bien aquí al lado del anterior, ya que ambos son efectos de las oraciones, de la palabra y del ejemplo de tan grande alma. Dice así la Vida:

          "Siendo religiosa en Toledo, quiso que fuese a verla un hombre incrédulo, impío y blasfemo, y rogó a su mujer, piadosa y amiga de la Madre, que hiciera lo posible por que el marido fuese a visitarla. Condescendió el hombre, aunque de mala gana; pero al saludo cariñoso de la Madre contestó con insultos e improperios delante del criado que le acompañaba y diciendo que le había hecho ir para una ñoñería y otras cosas por el estilo. La Madre dejó que se desahogara; pero luego empezó a hablarle de Dios, y al decirle en la disputa: "-¿Quién ha hecho esa luz tan hermosa que nos alumbra?", un rayo de luz espiritual entró en su alma, empezó a llorar y a pedir misericordia, diciendo a la Madre: -"¿Qué quiere usted que haga? Que haré todo lo que usted me mande." Entonces la Madre le dijo que se confesase y le preparó para hacer una buena confesión, como la hizo. Cuando después comulgó, vió la Madre la limpieza de aquella alma y al Señor que entraba en ella como un niño muy contento, apareciendo y desapareciendo a la vez una luz misteriosa. No comprendiendo la Madre qué significaba aquello, pidió al Señor se lo declarase para bien de aquella alma, y oyó que le decía: "-Dile que se vaya a su casa, que el día de la Virgen del Carmen me lo llevo".

      Subió el hombre al locutorio después de la comunión a tomar chocolate con la Madre María Cándida, lleno de gozo y de consuelo por el estado feliz en que se hallaba, y no hacía más que dar gracias a la Madre por el gran favor que de ella había recibido, protestando que estaba pronto a hacer cuanto le mandase, y que hacía todo esto delante del criado para que fuese testigo como lo había sido el día antes de lo mucho que le había injuriado. La Madre le animaba y le ponderaba el gran favor que había recibido del Señor, añadiendo: "-Ahora va usted a hacer una cosa que le voy a decir." Y contestando él: "-Lo que usted me mande, Madre Cándida", prosiguió ésta: "-Al instante se marcha usted a su casa en cuanto tome el chocolate." "-¡Ay, Madre! -dijo él.- Pensaba estar unos días con usted aquí para hablar despacio." "No, hijo mío -continuó la Madre-, porque el Señor me ha dicho que se vaya al instante y haga su disposición y arregle todas sus cosas, pues no le quedan más que nueve días de vida, el día de la Virgen del Carmen se le quiere llevar para sí." Se quedó el pobre hombre parado al oír tal nueva  y empezó a llorar, pidió a la Madre que le encomendase a Dios y se encaminó para su casa, pensando en lo que le había pasado, que le parecía un sueño, y en arreglar bien sus cosas.

     Al entrar en casa quedó sorprendida su mujer viéndole volver tan pronto, y más cuando le vió de rodillas a sus pies pidiéndola perdón de los malos tratamientos que le había dado y confesando que a sus oraciones y paciencia debía la mudanza que el Señor había obrado en él. Llenos estaban los dos de gozo y de ternura refiriendo él todo lo sucedido y cuanto le había dicho la Madre; luego de común acuerdo con su mujer, arregló él sus cosas, se puso enfermo, y cuando se vió apurado llamó al criado y le dijo: "-Coge una moneda de oro que tengo en el bolsillo y llévasela a la Madre Cándida, y dila cómo estoy para que pida a Dios por mí." Salió el criado, y aquella misma tarde del día de la Virgen del Carmen de 1857 falleció su amo. Llegó al día siguiente a Toledo el criado y nada más verle le dijo la Madre: "-¿Con que murió ayer su amo de usted?", quedando él muy maravillado; cumplió el encargo recibido y se volvió  en seguida, contando a su ama lo sucedido. Poco tiempo después, estando la Madre María Cándida encomendando este difunto al Señor, le vió salir del purgatorio y subir al cielo muy hermoso."

    
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                                                               Oración 
  
                                      ¡Oh Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo!
                         que de tantas maneras has manifestado tu Omnipotencia
                         y Misericordia en favor de los hombres: escucha mis ruegos
                         en la necesidad que ahora siento y por los méritos e intercesión
                         de la V.M. Cándida de San Agustín, concededme la gracia que 
                          pido si ha de ser para tu mayor gloria y bien de mi alma. Amén
                           
                                                        (Hágase la petición y récense tres Gloria Patri)

                       Rogamos nos comuniquen las gracias recibidas por intercesión de la
                                                          Sierva de Dios Madre Cándida de San Agustín. 
                                                       Pueden dirigirse a: MONASTERIO DE SAN DIEGO,
                                                                    MM. AGUSTINAS,  c/ Convento, 1
                                                                                13300 Valdepeñas 
                                                                           (Ciudad Real) ESPAÑA
                                                                                Tel.  926 32 21 05

                    Quienes deseen ayudar, con sus limosnas, a la causa de canonización de la Sierva de Dios, y a los gastos de edición de libros, estampas y reliquias, para dar a conocer su vida y propagar su devoción, pueden enviar sus donativos a nuestro Monasterio, por giro postal o por transferencia Bancaria a la cuenta corriente número:

                                             POPULAR   IBAN  ES12 / 0075 / 0556 / 52 / 0700777973 
                                                                    

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