SOR MARÍA CÁNDIDA DE SAN AGUSTÍN "LA PERLA DE VALDEPEÑAS" 9, 1

sábado, 8 de noviembre de 2014
__________________________________________________________________________________________

Núm. 9.                                                 SEPTIEMBRE                                                         1931. ________________________________________________________________________________              

                            (Del periódico "La Perla de Valdepeñas" publicado entre los años 1931-1935)

                      
                       ¿Para  qué  sirven  las  monjas?

      Distingamos entre las religiosas que se dedican a obras de beneficencia en los hospitales, asilos, etc., o la enseñanza en los colegios, y las monjas de clausura cuya vida está consagrada a la soledad, a la oración y a la penitencia. Las primeras todos convienen en que sirven para algo y muchos confiesan que su labor es inapreciable, incomparable. Las segundas, para los incrédulos, son seres completamente inútiles, parásitos de la sociedad. La gente de fe se divide en varias clases, que podemos reducir  a dos en cuanto al criterio con que juzgan a las monjas: unos las estiman por la flor y nata de la virtud, de la espiritualidad del cristianismo, de la humanidad; otros guardándoles todos los respetos, creen que los monasterios de clausura son una institución de otras épocas y que no encaja en el siglo de la vertiginosa actividad, que, por lo tanto, debieran evolucionar hasta transformarse en corporaciones activas, útiles a la sociedad del siglo XX en que vivimos.

     La cuestión tiene importancia en La Perla de Valdepeñas, ya que la M. María Cándida de San Agustín fué monja de clausura, y para ser monja renunció la mano de numerosos pretendientes, y hubo de luchar con la oposición doméstica durante varios años. Ella tenía una idea elevadísima del estado religioso, particularmente de las monjas de clausura, y eligió dicho estado en plena madurez de vida, a los 22 años de edad. Así pues, Sor María Cándida fué monja. ¿Hizo algo? ¿Sirvió para algo? Estas preguntas están formuladas en el encabezamiento del presente artículo.

     La respuesta debe ser distinta para el que cree. El que no cree en la eficacia de la oración y del sacrificio, deduce que la monja es un ser inútil a la sociedad, y que por lo tanto la sociedad debe suprimirlo. Vamos a contestarle.

      Ante todo empezaría yo por preguntar por qué  habría de empezarse a suprimir los seres inútiles por los más indefensos e inofensivos, como son las monjas. ¿No son seres inútiles los señores, señoras, señoritos y señoritas del café que consumen la vida malgastando el dinero, sin hacer nada, en una ociosidad escandalosa y pecaminosa? ¿No son seres inútiles para la sociedad esas innumerables damas y damiselas que se levantan a las once de la mañana, desayunan, salen a visitas, vuelven a comer, cogen después el auto y dan un paseo que dura hasta la hora de merendar, y después de merendar han de acudir a la tertulia murmuradora de la casa de la fulana, y por la noche al teatro, y a las doce a cenar, y después de cenar a dormir? ¿Es esa vida racional? Adiós hogar, adiós familia, adiós sociedad... Todo en esas vidas es desmoralizador; esos son seres inútiles en grado superlativo.... ¿Y a qué seguir enumerando los incontables seres inútiles a quienes nadie piensa en echar de sus casas, confiscar sus bines y obligarles a hacer algo de provecho para el bien común de la sociedad?

     Pero las monjas, aun consideradas como una simple reunión de mujeres, están muy lejos de ser lo que se creen quienes así tan ignorantemente las censuran. Supongamos que no fueran monjas; que fueran simplemente lo que acabo de indicar: veinte o treinta mujeres que se juntaran en sociedad para vivir honestamente con el fruto de su trabajo. ¿No sería esto algo verdaderamente digno de aplauso, de protección, de imitación y aun de auxilio pecuniario por parte de los gobiernos o de la sociedad? Pues eso, por lo menos eso son las monjas: una reunión de mujeres honestas que se juntan para ayudarse a vivir y a ganarse la vida honradamente. Ellas se hacen su ropa, ellas se las remiendan, ellas se la lavan y se la planchan; ellas se cocinan la comida; ellas asean la casa; ellas atienden llenas de solicitud a las enfermas; ellas velan noches y noches a la cabecera de las graves y moribundas... No tienen ninguna criada; todo se lo hacen por sus manos, y aun, si tienen vacas, gallinas, cerdos y otros animales domésticos, ellas cuidan de ellos como la mejor aldeana, y eso que muchas son de familias delicadas y de fina educación, y aun cogen la azada y cavan en la huerta, y no se desdeñan de ejecutar los oficios más humildes. Como además de lo que es de uso particular hay otras cosas de uso del templo, ellas hacen las ropas de la iglesia, y las cosen, lavan, planchan, rizan, etc. Y como aun han de ganarse la vida, o han de ayudarse para alcanzar a comer una frugal comida, o lavan ropa de otras iglesias, o bordan, o pintan, o rizan, o ejecutan trabajos de pastelería y otras labores.
  
    ¿Es esto vida ociosa? ¿Hay alguna comparación con los parásitos de la sociedad que hemos descrito más arriba, seres ociosos, perpetuos murmuradores del café, del casino, de la calle, de la tertulia, del teatro... que todo se lo encuentran hecho y nada hacen?

      Pero hay un aspecto que la injusta sociedad, sobre todo la que presume de socialista y aún de comunista, no solo se lo calla sino que lo aborrece. ¡Inconcebible contradicción! Y es que las monjas son... ¡admírate  lector! comunistas... en el verdadero sentido de la palabra. Allí entran ricas y pobres, de fina educación, labradoras y criadas, unas destinadas al coro y otras a la cocina... Unas llevan su dote, otras no llevan más que su cuerpo y su alma; gran parte de ellas hijas del pueblo. Pues bien, allí todo es común, el mismo vestido para todas, el mismo tratamiento para todas, la misma comida para todas, el mismo médico, la misma botica, la misma prodigalidad de cuidados... Ni la que es más hábil y trabaja más gana más y tiene más, ni la que no puede trabajar tiene menos. Allí están práctica y justísimamente resueltos todos los problemas modernos de seguros de vejez, de jubilación, de seguros de enfermedad... La que por indisposición o por ancianidad  no puede trabajar, no trabaja, y sin embargo come lo mismo que las otras, viste lo mismo y participa de modo admirable del bien común a todas... Y no sólo eso, que si necesita comida especial, vestido especial, habitación especial, médico especialista, operaciones quirúrgicas costosas... todo, todo lo tiene, y no lo tiene como una limosna; lo tiene por derecho, lo tiene con verdadero amor, que así se lo proporcionan sus hermanas que gustosísimas  trabajan para ella y le sirven como criadas, como siervas, pero siervas de caridad.

     ¿No es verdad que aun bajo este solo aspecto humano, terreno, son dignísimas de admiración y protección las monjas de clausura? Pues hagamos hoy punto aquí que aun queda mucha tela por cortar y es pequeño este espacio. Pero, lector querido, no te contentes con leer estos párrafos; párate un momento a considerarlos y a comentarlos en el seno de la familia o de la amistad.

 ***************************************************************************************************************************

                                                               Oración 
  
                                      ¡Oh Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo!
                         que de tantas maneras has manifestado tu Omnipotencia
                         y Misericordia en favor de los hombres: escucha mis ruegos
                         en la necesidad que ahora siento y por los méritos e intercesión
                         de la V.M. Cándida de San Agustín, concededme la gracia que 
                          pido si ha de ser para tu mayor gloria y bien de mi alma. Amén
                           
                                                        (Hágase la petición y récense tres Gloria Patri)

                       Rogamos nos comuniquen las gracias recibidas por intercesión de la
                                                          Sierva de Dios Madre Cándida de San Agustín. 
                                                       Pueden dirigirse a: MONASTERIO DE SAN DIEGO,
                                                                    MM. AGUSTINAS,  c/ Convento, 1
                                                                                13300 Valdepeñas 
                                                                           (Ciudad Real) ESPAÑA
                                                                                Tel.  926 32 21 05

                    Quienes deseen ayudar, con sus limosnas, a la causa de canonización de la Sierva de Dios, y a los gastos de edición de libros, estampas y reliquias, para dar a conocer su vida y propagar su devoción, pueden enviar sus donativos a nuestro Monasterio, por giro postal o por transferencia Bancaria a la cuenta corriente número:

                                             POPULAR   IBAN  ES12 / 0075 / 0556 / 52 / 0700777973 
                                                                    

0 opiniones:

Publicar un comentario

Gracias por tu opinión sobre la entrada.

Si deseas incluir un enlace utiliza este código:

<a href="Dirección de tu página">Titulo del enlace</