APUNTES BIOGRÁFICOS SOBRE MADRE CÁNDIDA DE SAN AGUSTÍN 1, 8

martes, 11 de septiembre de 2012
     42.    Tenía Sor María Cándida un corazón muy compasivo, y Dios Nuestro Señor, por medios sobrenaturales muy extraordinarios, la ponía en condiciones de ejercitar su  gran caridad para con los prójimos. Estaba, por ejemplo, una noche Sor María Cándida sirviendo en el refectorio cuando las religiosas cenaban, y la Madre Priora, notando que se quedaba parada sin poder hacer nada, la dijo: "-Pero, ¿qué haces, que te quedas parada?" "-Madre, no puedo más -respondió-, porque están degollando a una mujer en la calle y estoy pidiendo por ella." Las otras le dijeron que si porque ella lo dijese había de ser así, que qué sabía ella, que siguiese sirviendo a la mesa y se dejase de aquello. No había salido la Comunidad del refectorio, cuando las religiosas oyeron que las campanas tocaban a muerto, y era por aquella mujer entonces asesinada.

     43.    Otra noche, fuera de Alcalá, estaban  matando a un hombre, y el Señor mandó a Sor María Cándida que fuese a socorrerle. Cuando llegó vió cómo le estaban dando de puñaladas en el pecho, y el pobre no hacía más que decir: "-Señor y Dios mío, yo los perdono; Virgen Santísima, amparadme." Y aquellos hombres se fueron dejándole ya por muerto. Sor María Cándida se le presentó, le puso el pañuelo que llevaba y le consoló. Después fueron a recogerle los de la Justicia y le llevaron al hospital, donde le reconocieron nueve heridas, todas ellas mortales, por las que decían todos que aquel hombre moriría.
     Por la mañana vieron las monjas que Sor María Cándida tenía el hábito todo manchado de sangre, y se asustaron, pensando que se habría dado algún golpe o herido con algo; pero ella disimuló como pudo, pasando mucha vergüenza y confusión, viéndose descubierta. Luego se quejaba con el Señor y le decía: "-Pero, Señor, ¡qué cosas tenéis!; después que hacéis que haga las cosas luego las descubrís."
     El hombre aquel curó se sus heridas y se puso pronto bueno; después fué al convento, llamando al torno muy deprisa, preguntando por Sor María Cándida y diciendo que venía a traerle el pañuelo que le había puesto en las heridas y a darle las gracias por haberle amparado, pues por ella no le habían acabado de matar y por ella le había concedido el Señor que sanase y no muriese de aquellas heridas. Bajó al torno Sor María Cándida, y por más que decía al hombre que se llevase el pañuelo y no dijese nada, él más lo publicaba lleno de agradecimiento.

     44.    Sor María Cándida era muy devota del Santísimo Sacramento; comulgaba todos los días y a veces se iban dos o tres formas juntas con la que la daba el sacerdote. Al notar esto las monjas se quejaron al Vicario General y éste mandó un sacerdote a observar aquello, disponiendo que se le diese una sola forma como a las demás; pero aunque el celebrante, a presencia del otro sacerdote, no tomaba más que una forma para dar la comunión a Sor María Cándida, volaban del copón otras cuatro, seis o más y se iban a entrar en la boca de ella; así quedaron todos convencidos de lo que el Señor hacía con esta su amada Sierva.

     45.    Muchas veces la dió de comulgar el Señor acompañado de su Santísima Madre y de algunos Santos. En la comunión la concedía  el Señor muchas gracias y favores: quedaba extática, se elevaba en el aire y despedía tal fragancia, que las religiosas la percibían. El primer arrobamiento que tuvo la duró tres horas, y la hicieron sangrías y la pusieron ventosas, creyendo que se trataba de un accidente. Tenía que irse del coro al instante que comulgaba, por la vergüenza que le daba todo aquello, y pedía con instancia al Señor que no la diese nada extraordinario exterior. Tuvo que padecer mucho por estas cosas, porque cada cual las recibía como le parecía y no como eran. 

     46.    También fué muy devota de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, que se le aparecía todos los días en diferentes pasos de la misma y en otros misterios de su Vida, declarándoselos con la más clara inteligencia. Una vez que se le apareció con la cruz a cuestas le dijo: "-Mira, hija mía, cómo me han puesto los pecadores." Diferentes veces se la apareció andando la Via Crucis, y una de ellas, de verle tan lastimado, cayó desmayada. El Señor pagó esta devoción de su sierva imprimiéndola sus llagas en manos, pies y costado y la corona de espinas en la cabeza, aunque todo ello oculto y sólo para más padecer y merecer para sí y para sus prójimos. Fué asímismo muy devota del Sagrado Corazón de Jesús.

0 opiniones:

Publicar un comentario

Gracias por tu opinión sobre la entrada.

Si deseas incluir un enlace utiliza este código:

<a href="Dirección de tu página">Titulo del enlace</