APUNTES BIOGRÁFICOS SOBRE MADRE CÁNDIDA DE SAN AGUSTÍN 1, 11

sábado, 29 de septiembre de 2012
     69.    En la tarde de la Pascua del Espíritu Santo de 1857, es decir, del 31 de Mayo en que cayó ese año, degolló en Toledo un marido a su mujer. Era esta de veintiséis años, buena y bondadosa y había estado por la mañana hablando con la Madre Sor María Cándida. El marido, después de degollar a su mujer, cerró la puerta de casa, corrió la voz de haberla encontrado degollada y se fué a dar parte a la Justicia, denunciando el delito y diciendo que ignoraba quién fuese el autor. Al levantar el cirujano el cadáver, la cabeza de la mujer cayó sobre la espalda, quedando prendida del cogote por un solo tendón; alzó la cabeza el cirujano y nada más unirla al cuello, a vista de todos los presentes, abrió los ojos la mujer, llevando todos un susto muy grande, y empezó a hablar diciendo que dos velas que tenía en casa eran para el Niño Jesús del Consuelo de la Madre Cándida, que dos pesetas, que echando la mano sacó del bolsillo, eran para una misa que tenía ofrecida a una Virgen y que no tenía más, porque su marido se lo tenía todo encerrado. El marido al ver esto se puso delante de ella de rodillas y la dijo; "-Mujer, ¿me perdonas?" y ella contestó: "-Sí, te perdono", añadiendo que quería confesarse. Después de confesarla le preguntó el confesor, que se llamaba D. Antonio, cómo había sido el no morir, y respondió que al ser degollada dijo: "-¡Ay, Madre Cándida ampáreme usted", y que la Madre Cándida se presentó e hizo que no muriese sin confesión. El juez preguntó después quién la había degollado, a lo que contestó que no había por qué decirlo. En seguida, a vista de todos, expiró, dejándolos admirados y pasmados de lo que habían visto. Por algunos días se habló mucho en Toledo de este suceso.

     70.    En Madrid estaba una señora de parto, muy apurada, sin poder salir de su paso, y todos desconfiaban de que pudiese librar bien. Tenía la paciente noticia de la Madre Sor María Cándida, empezó a clamar que la amparase y favoreciese en el peligro en que se hallaba y que no permitiese se perdiese aquella alma que llevaba en su seno; en seguida vino la Madre Sor María Cándida, cogió a la enferma y diciéndole: "-Hija, no tengas miedo", dió a luz felizmente. Luego vieron las monjas a Sor María Cándida con el hábito manchado de sangre y se descubrió el caso: también las personas que habían recibido el favor lo dijeron a otras conocidas suyas.
      71.    Por Junio de 1858 entró uno en Aranjuez a bañarse en el río Tajo, se descuidó un poco y llegó  a verse perdido en medio del agua de modo que se ahogaba. En aquel trance dijo: "-Madre Cándida, ampáreme usted", y conforme estaba ya dando vuelcos en el agua, vió que vino la Madre Cándida, le cogió del pelo y le puso libre en la orilla. Nadie supo nada de esto hasta que él mismo fué a Toledo, llamó  al  torno  del  convento,  diciendo a voces: "-Que baje la Madre Cándida, que salga, que vengo a darle gracias, porque me ha sacado del río, que ya me estaba ahogando", y contó lo sucedido. Cuando más la Madre Cándida le encargaba que callase y no lo dijese a nadie, más lo publicaba.
         Había contado el interesado este suceso a un sacerdote, asegurándole que la Madre María Cándida le había salvado, y el sacerdote, que la había conocido en Alcalá, oídas las señas de la toca redonda, dijo que no era ella, pues usaba toca de pico. Enterada la Madre María Cándida de la disputa acerca de su toca, respecto de la cual el favorecido con el milagro en vista de la que tenían ella y su compañera Sor Dolores, se afianzaba en su parecer, dijo la Madre: "-Ambos tenían  ustedes razón, porque en Alcalá la llevábamos de pico y aquí (en Toledo) redonda."

¡Madre Cándida, ampáreme usted!
     72.    Dos hermanos arrieros llevaban una escopeta, y caminando más allá de Orgaz fué a cogerla uno de ellos cuando, sin saber cómo, salió el tiro e hirió al otro de muerte. Al ver aquél a su hermano en el suelo y  medio  muerto  empezó  a  llorar  y  a  llamar  a  voces  a  la  Madre Cándida, diciendo: "-Madre Cándida, ampáreme usted. Dos hermanos desgraciados:  el uno muerto y el otro perdido y le matarán. Haced que viva y declare para que no nos perdamos y seamos desgraciados los dos". Así decía mientras iba corriendo al pueblo más cercano a dar parte a la Justicia. Cuando vino el juez pudo el herido declarar y recibir el sacramento de la penitencia, muriendo poco después. El que sobrevivió fué luego a dar gracias a la Madre Cándida, y contando lo sucedido lloraba de agradecimiento, diciendo que se había presentado la Madre en aquel conflicto y los había amparado a los dos, al uno consiguiéndole que no muriese en el acto y que se confesase, y al otro obteniéndole que saliese libre mediante la declaración de la verdad por parte del herido. 
     73.    Tanto había aprovechado la Madre María Cándida en el amor de Dios, que se regocijaba en los padecimientos por agradarle. "-Yo puedo decir de mí, escribía el 21 de Abril de 1850 a D. Manuel Raposo, después de discernir los padecimientos de cierta persona poco conforme en ellos con la voluntad de Dios, que: "en la cruz tengo todas mis delicias: este es el camino que nuestro Dios nos ha enseñado; fuera de él no hay salvación". "-Hace nueve años ando delicada, decía al señor Nuncio en carta de 9 de Mayo de 1853, y estoy tan bien  con mis padecimientos que no quiero salud." En otra carta de 21 de Noviembre de 1853, al dicho señor Raposo , decía: "-¡Qué consuelo el padecer por el amado Jesús! El alma rebosa y desfallece por el amado".  

     74.    Grande era también la caridad de la Madre Sor María Cándida respecto de sus prójimos, y el Señor la ponía con medios muy extraordinarios en condiciones de practicarla. Misteriosamente la hacía viajar, las más de las veces de noche, para socorrer necesidades. Cuando más descuidada estaba, muchas veces le decía: "-Corre, ve a tal parte y remedia aquello." Ella le decía: "-Señor, ¿por qué no lo hacéis vos? ¿Qué necesidad tenéis de que vaya yo? Vos sois poderoso y lo podéis remediar todo." Pero el Señor la respondía: "Quiero que vayas tú y lo hagas." Unas veces iba acompañada de su Ángel de la Guarda; otras, las más, de San Felipe Neri, y otras también de San Francisco de Paula. De aquí la resultaban muchos motivos de padecer y de ejercitar otras virtudes, porque veía con dolor tantos males, las ofensas de Dios tan grandes y el daño y perdición de muchas almas, y también porque solía permitir el Señor  muchas veces que estos misteriosos viajes se descubriesen, cosa que para ella era causa de gran confusión y vergüenza.  

     75.    Era asimismo extremada su caridad para con las almas del purgatorio, orando y padeciendo mucho por aliviarlas, y el Señor, también con medios muy extraordinarios, la ponía en condiciones de practicarla, permitiendo que viese muchas padeciendo y se le presentasen pidiéndole sufragios. Estando un día la Madre María Cándida hablando con don Justo, hermano de D. Manuel Raposo, se paró, y después de un momento de suspensión, dijo: "-¡Bendito sea Dios!, que ni de día ni de noche me dejan un instante." Y luego añadió: "-Mire usted, me molestan  y me dan más que hacer y padecer las ánimas del purgatorio que tanta gente como viene de los pueblos con clamores para que los socorra; porque no me dejan ni de día ni de noche descansar, y me causan mucho tormento y aumento de todos mis padecimientos, y no puedo por menos de hacer y padecer cuanto puedo por ellas." Muchas veces ofrecía ella satisfacer al Señor por las almas para que fueran a gozar de Dios, y el Señor aceptaba esos ofrecimientos y después exigía de ella padecimientos y satisfacciones; de modo que estaba  siempre hecha un dolor y una llaga toda ella. 

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