APUNTES BIOGRÁFICOS SOBRE MADRE CÁNDIDA DE SAN AGUSTÍN 2, 3

martes, 30 de octubre de 2012
     106.    La recibieron muy bien las religiosas, escribiendo después ella, el 21 de Noviembre, a D. Manuel Raposo, residente en Madrid: "Viva Jesús. -Mi venerado Sr. Manuel, en el sagrado Corazón de nuestro adorado Jesús. Me fué doloroso no poder avisar a usted para que viniera a verme. Aquí me tiene usted en esta santa casa. Hacen tan grande aprecio de mi, que estoy llena de confusión conociendo no lo merezco: se desviven en obsequiarme. Sea nuestro Señor bendito por todo. Amén."

     107.    Había avisado el Señor anticipadamente a la Madre María Cándida que en Toledo la darían para hacer la fundación de Valdepeñas, pero también que tendría que padecer mucho por envidia que la habían de tener y por las grandes críticas que la harían toda clase de personas. Pasado bastante tiempo la dijo el Señor: "-Escribe a Doña Fulana que te de para la fundación, que la prometo larga vida y una feliz y dichosa muerte". La escribió la Madre, y ella contestó primero que no podía hacerlo; pero a instancia de Sor Dolores volvió a escribirla, y luego entregó a D. Cesáreo Humarán, confesor de la Madre María Cándida, una gruesa cantidad de dinero para principiar la obra, y siguió dando hasta que murió cristianamente.

     108.    Y no dejó el Señor de confirmar a esta señora con algún milagro en su buena voluntad de ayudar a la fundación de la Madre María Cándida. Una vez a su doncella dijo:  "-Lleva esos diez mil reales y entrégaselos a la Madre Cándida"; mas enterándose la doncella de lo que recibía, dijo: "-Señora, aquí hay diez y seis mil. No bien había bajado la escalera la doncella cuando la señora salió a llamarla y la dijo: "-Toma, hija, que estoy muy cierta que no he puesto yo más que los diez mil reales, y estos seis mil el Señor los ha aumentado; prueba que se los quiere dar a la Madre." Y a la verdad, hacían falta a la Madre para un pago urgente de veinte mil, y los cuatro mil que faltaban se los dió otra señora, también de un modo milagroso.

Casulla y alba donada a la Madre Cándida
 para su fundación
     109.    Pasado esto vino un caballero al convento preguntando por la Madre Cándida, quien salió a recibirle acompañada de Sor Dolores. Al verla dijo el caballero: "-Señora, vengo porque una voz me ha dicho muchas veces: ve a Toledo y da a la Madre Cándida lo que necesite para la fundación. Y yo vengo a que me diga usted lo que quiere." Quedó la Madre parada al oirle, porque no le conocía, pero le dijo:  "-Señor,  de todo hace falta", y él añadió: "-Pues vaya usted pidiendo."  Consultando la Madre a Sor Dolores pidió varios ornamentos, vasos sagrados, candeleros y algunas imágenes para el culto, a saber: las de San Agustín, Santa María Magdalena y Santa Mónica; pero el caballero dió además cinco mil duros, y después, por algún tiempo, dió cuarenta mil reales anuales. Era este caballero D. Francisco de las Herrerías, del cual se conservan varias cartas dirigidas a la Madre María Cándida en los años 1854-1856 y en varias veces, además de los objetos sagrados, llegó a dar hasta 187.000 reales, como consta de una "Nota de limosnas recibidas" para la fundación de dicho convento, firmada por D. Cesáreo Humarán en 2 de Enero de 1861.


Custodia e incensario donado  para la fundación
                                                        
    110.    Cuando estaba la Madre María Cándida en la fuerza de la obra del convento y había empleado  ya en ella sumas considerables, que la habían dado diversas personas, vino un sujeto de las Américas, único que quedaba de tres hermanos muy ricos, el cual deseaba hacer alguna fundación de religiosos o religiosas que las encomendasen a Dios. Llegado a España y andando por Madrid indagando algo conducente a la ejecución de su deseo, llegó a saber que en Toledo había una religiosa que estaba edificando un convento. Se informó, fué allá, y entrando en la iglesia del Convento de Agustinas, en que vivía la Madre María Cándida, estaba observando las imágenes, cuando la Madre, que desde el coro le veía, oyó que la decía el Señor: "-Sal y ve al locutorio, que ese viene a buscarte, que le envío yo." Puesto en comunicación con la Madre expuso el motivo de su viaje y dió grandes cantidades para las obras, y además para ternos, albas, cálices, incensarios y para todo cuanto la Madre le dijo. Vió también allí a la novicia Sor Luisa de San Rafael, que tenía velo blanco, y preguntó por qué aquella tenía el velo blanco   y las demás le tenían negro; y contestándole que porque era novicia, volvió a preguntar si tenía dote, y    diciéndole  que no, dió para su dote lo que le indicó la Madre. Por fin preguntó a ésta si necesitaba alguna cosa más, y ella contestó que no, dándole por todo gracias muy expresivas y quedando en encomendarle mucho a Dios y tenerle siempre presente en sus oraciones. Al despedirse dijo que se iba más gozoso y contento que si fuese él el que lo había recibido, que daba muchas gracias a Dios por haberle proporcionado ver cumplidos sus deseos, y que se retiraba llena el alma de un gozo y consuelo tan grande que no lo podía explicar. Cuando se volvió a su casa, tuvo un viaje feliz, y la Madre supo cómo había llegado con bien.

     111.    Más adelante llegó a deber la Madre al albañil o maestro de obras más de 30.000 reales por materiales y mano de obra; el maestro los pedía a la Madre y avisaba que el sábado siguiente los recogería. Se puso la Madre muy apurada, porque no los tenía ni quien se los diese, y manifestó este apuro a sus hijas. Entonces Sor Luisa de San Rafael dijo: "-Madre, voy a poner una bolsa a la Virgen del coro para ver si nos da para pagar, y estaré con cuidado para que no nos lo cojan las de casa." Y la Madre, viendo tanta sencillez y confianza, condescendió con que se la pusiera;  no hacía después Sor Luisa más que ir y venir a ver si la bolsa tenía dinero, y volvía triste porque no lo tenía. Al día siguiente, en el coro, después de la comunión, oyeron todas que echaban dinero. Sor Luisa pensaba que era en la bolsa  que había puesto a la Virgen; las religiosas de la casa miraban, y no sabían dónde caía, y la Madre, sintiendo que caía en su faltriquera, disimulaba como si nada oyera y pasaba mucha vergüenza. Apenas salieron del coro y se fueron  a desayunar, dijo Sor Luisa: "-Madre, ¿quiere usted que vaya a ver la bolsa?; porque he oído que han echado dinero mientras la misa; no nos los cojan." "-Sí, anda, ve" -contestó la Madre riéndose de su inocencia. Fué, y no halló nada. Tomando ya el chocolate, dijo la Madre María Cándida a sus hijas: "Hijas mías, el dinero que han echado, efectivamente, lo tengo yo en la faltriquera; pero no digáis nada a nadie." Lo sacó, y vieron que todo estaba en oro, en onzas, medias onzas y monedas de cuatro duros de Fernando VI y Carlos IV y una barrita cuadrada de unos cuatro dedos de larga. Cuando fué el médico le dijo la Madre:  "-A ver, Don F., ¿qué podrá valer esto?"- enseñándole la barrita. Viendo el médico el oro tan bueno y fino, dijo: "-Yo me la llevaré, y le traeré a usted lo que vale." Trajo 8.000 reales que valía y se quedó con ella. Contaron lo demás, y hallaron entre todo la cantidad precisa para pagar al albañil lo que la Madre le debía. El confesor que tenía entonces la Madre la pidió algunas monedas de éstas, dándole otras del mismo valor, y las guardó por reliquia, que era un oro muy superior y diferente del que circulaba.  

Virgen del coro del convento de las monjas Agustinas "Las Gaitanas" 

     112.    En otra ocasión estaba la Madre María Cándida muy triste, porque tenía que hacer un pago de 10.000 reales, que de un día para otro le vendrían a pedir, y no los tenía. Por la tarde del día que en que se había de hacer el pago fué un señor de un lugar distante de Toledo, más de cien leguas, a visitar a la Madre, y al verla preguntó: "-Madre, ¿que tiene usted, que está triste?" Y conocida la causa, dijo: "-No se apure usted, que aquí estoy yo." La dió lo que llevaba consigo, dos mil cuatrocientos reales, y a los pocos días mandó otros diez mil.

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