APUNTES BIOGRÁFICOS SOBRE LA MADRE CÁNDIDA DE SAN AGUSTÍN 3, 9

viernes, 3 de mayo de 2013
     233.    El mismo caritativo uso hizo sin aceptación de personas, del don de penetrar los corazones y dar buenos consejos, como consta de muchos sucesos, de los cuales, sobre los ya narrados en otros artículos, referiremos varios otros.

     234.    Llevado de curiosidad fué un día a ver a la Madre María Cándida cierto individuo acompañado de su mujer y dos niños que tenía, y a las pocas palabras se para la Madre y le dice: "-¡Ay, Fray N. no le había conocido a usted!" (naturalmente no le había visto nunca). Y empezó a hablarle al alma y a reprenderle de haber engañado, siendo religioso profeso, a aquella señora y animar a ésta, que sorprendida, se lamentaba de verse así, diciéndola que ella no tenía culpa siendo inocente, y que el que tenía gran responsabilidad ante Dios por ser reo de graves pecados era aquel hombre. A éste le dió un accidente y tuvieron que sacarle del locutorio; después que volvió en sí, la Madre le dijo lo que debía hacer en aquel caso.

     235.    Nada más que con la intención de verla, fué el 20 de Septiembre de 1858 otro individuo a visitar a la Madre Cándida, y cuando más descuidado estaba hablando con ella, le dijo: "Vamos claros: Usted a lo que ha venido y Dios le ha traído es para curarle de la enfermedad que tiene su alma hace tantos años", y le manifestó su vida y el mal estado del alma. Entonces él empezó a sentir como si estuviera  en el juicio de Dios, rompió a llorar y se convirtió de veras. Era hombre de muy mala lengua y blasfemo, tenía dada palabra al demonio de ser suyo y su amigo y hacía diez y seis años que no se confesaba. Dando noticia de esta conversación  a D. Manuel Raposo, decía la Madre Cándida: "Ayúdeme usted, hermano mío, a dar gracias a Dios por haberle traído a su rebaño esta oveja perdida, con la que espero han de convertirse no sólo los de su familia, sino muchas personas que tiene precisión de tratar. Bendigamos la gran bondad y misericordia de nuestro Dios que tantas derrama sombre sus criaturas."

     236.    Fué un confesor a la iglesia de las Agustinas Concepcionistas, de Toledo, a confesar a uno y lo hizo algo deprisa;  subió luego a ver a la Madre María Cándida, y muy apurado, la preguntó si sería culpa del confesor que el penitente no se confesase bien; la Madre, que había observado que el penitente en su confesión general había dejado de confesar bastantes pecados, le contestó que no, pero que sería responsable si no le ayudaba como debía y no le daba tiempo para explicarse bien. Con esta respuesta volvió el confesor corriendo a la iglesia y hallando al penitente, lo llamó al confesionario, le ayudó con sus preguntas a completar la confesión y halló que el penitente había olvidado antes más de cien pecados. Subió de nuevo el confesor a ver a la Madre y a rogarle que pidiese a Dios por él, y preguntándole si el Señor le perdonaría, la Madre, que había visto interior y exteriormente todo lo sucedido, le contestó que sí, pero le reprendió y le hizo ver lo mucho que faltaban los sacerdotes en eso, por falta de paciencia y celo de la salvación de las almas. 

     237.    Había oído un Obispo referir cosas rarísimas de la Madre María Cándida de San Agustín, y sin darles del todo crédito, fué un día con su Secretario a verla. Bajó la Madre, y al decir el señor Obispo que había ido a saludarla, ella confesó que no se molestase en disculparse, porque demasiado sabía ella que la causa de la visita era la curiosidad, y le reprochó algo que no estaba bien en una persona de su categoría, aconsejándole que mudase de vida. Maravillado el señor Obispo, prometió hacer lo que la Madre le aconsejaba, y al despedirse dijo que volvería a verla después de cumplir lo prometido. A los pocos días anunciaron a la Madre la visita del mismo señor Obispo; pero ella, en vez de recibirle, encargó le dijesen que no podía salir a saludarle por no haber cumplido la promesa y que si la mentira era fea en cualquiera persona, lo era más aún en un sacerdote. Impresionado quedó el señor Obispo, que efectivamente no había cumplido lo prometido, y tuvo que retirase sin verla. No pasó mucho tiempo, y estando un día la Madre en el coro, dijo: "-Voy al locutorio, que ya oigo los cascabelillos de las mulas del coche del señor Obispo." Cuando éste entró y vió a la Madre sentada esperándole, no supo qué decir, y ella le previno diciendo: "-Ahora ya ve su ilustrísima cómo le espero: ya sé que ha hecho cuanto debía y vengo a felicitarle." El señor Obispo pidió perdón a la Madre y desde entonces iba a visitarla sin dudar de lo que pasaba ni de las cosas maravillosas que de ella se decían.

     238.    Una señora, que no tenía en casa más que un hijo y la criada, empezó a notar que de las sortijas de oro, que al quitárselas solía dejar sobre la cómoda, la iban faltando varias, y sospechaba de la criada, no del hijo, que tenía unos diez y seis años. En este apuro escribió, consultando el caso, a la Madre María Cándida, la cual contestó que fuera a verla con su hijo y la diría dónde estaban las sortijas. Llegados madre e hijo a la presencia de la Madre María Cándida, dijo ésta al hijo de la señora: "-Vamos, Fulano, dime la verdad: ¿dónde tienes las sortijas de tu madre?" Se puso colorado y empezó a negar; pero la Madre Cándida prosiguió: "-Vamos, hijo mío, no lo niegues; si lo sé todo. Mira, tú las has cogido tal día una y tal otra, y las has llevado a tal parte, y las has vendido por tanto para malgastarlo tú, y allí están." El pobre se echó a llorar y no tuvo más remedio que confesar delante de su madre que así era. De ese modo quedó además defendida y justificada la inocencia de la criada.
Vamos, hijo mío, no lo niegues, si lo sé todo
     239.    Vino una joven de un pueblo a traer un recado a la Madre María Cándida, cosa a que se prestó con gusto por curiosidad de verla. Entregado lo que traía, la dijo la Madre:       "-Hija mía, usted está mala."  "-¡Ay!, no señora -contestó ella-, antes me hallo y me siento muy  buena." "No, hija mía -replicó la Madre-; usted está mala. Vamos claros: Usted está  de esta y esta manera y vive usted así." Entonces empezó ella a llorar y a afligirse mucho, pero la Madre la dijo: "-Va usted, hija mía, a hacer lo que yo la diga. Desde aquí se va usted a Madrid  a salir de su paso, que ya sé que tiene otra criatura, que la están criando en tal parte, y en saliendo de su paso no vuelva usted nunca a su pueblo y se pone usted a servir en Madrid." Luego añadió: "Llame usted a su padre que se ha quedado abajo." Subió el padre y la Madre le reprendió del mal que había hecho en permitir que su hija viviera de aquel modo y en estar viviendo en la misma casa, siendo encubridor de tantos pecados; el hombre se disculpó diciendo que a su edad apenas podía trabajar y el otro le había prometido que no necesitaba trabajar y estaría bien con su hija, si ambos se iban a casa de él. La hija hizo lo que la  Madre la mandó, y el seductor, contra quien se descubrieron otros delitos, fué apresado y puesto en un calabozo en Toledo.

     240.    Fueron a ver a la Madre María Cándida dos que vivían mal, y preguntándola la Madre qué tal estaban, respondió la mujer: "-Mi marido es el que anda mal." "-Embustera, dijo la Madre, si ése no es tu marido, si a tu marido lo has matado; ¡a qué vienes con eso!" Entonces el hombre dijo a la Madre que cómo se lo haría bueno. Y la Madre replicó: "-Si ustedes no me dan ahora mismo palabra de casarse, van ustedes a la cárcel desde aquí." Entonces empezaron a temblar, y arrepentidos de su mala vida dieron palabra de casarse al instante y la cumplieron.

     241.    Antes de entrar en religión, fué una joven a despedirse de la Madre María Cándida, y ésta, conociendo lo que la joven meditaba en su interior, la dijo: "-Hija mía, ¡cuidado con lo que usted hace, que con Dios no se juega!", porque veía que, aunque Dios la llamaba para sí, ella no tenía intención de perseverar, sino de salirse después del convento. Salió, efectivamente, al poco tiempo de haber entrado; pero lo mismo fué salir que quedarse ciega, en castigo de su culpa.

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       Desde este blog se ruega a todas aquellas personas que encomendándose a la  poderosa intercesión de la Sierva de Dios Madre Cándida de San Agustín, obtengan alguna gracia o favor, lo comuniquen a:

                                            Monasterio de San Diego de Alcalá

                                                               MM. Agustinas
                                               13300 Valdepeñas (Ciudad Real)
                                                                 - ESPAÑA -
                                                            Tf: 926 32 21 05

                    Quienes deseen ayudar, con sus limosnas, a la causa de canonización de la Sierva de Dios, y a los gastos de edición de libros, estampas y reliquias, para dar a conocer su vida y propagar su devoción, pueden enviar sus donativos a nuestro Monasterio, por giro postal o por transferencia Bancaria a la cuenta corriente número:

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