APUNTES BIOGRÁFICOS SOBRE LA MADRE CÁNDIDA DE SAN AGUSTÍN 3, 11

jueves, 16 de mayo de 2013
     253.    Antes de la guerra de España en África, vió la Madre Cándida de San Agustín cómo los diablos andaban muy vigilantes y a ella la decían: "-Nosotros somos los que somos llamados guerreros; tenemos gran pesca en las guerras y por más que hagas lo vamos a asolar todo cuanto queda de religión"; pero la Madre les dijo: "-¡Anda, mala bestia, si no puedes nada, miserable!; mi Jesús te tiene atado y no puedes nada". Les dió esto tanta rabia que la tiraron una silla a la cabeza: no la dieron en ella, pero la hirieron las espaldas.

     254.    Ya en guerra España con los moros de Africa veía la Madre todo lo que en ella pasaba y con gran pena la sangre que se vertía y cómo muchos soldados se pasaban a los moros. Para socorrer a los soldados estuvo en algunas de las batallas, alguna vez acompañada de San Felipe Neri, y daba señas de Tetuán y de todo aquel país, de cómo iban vestidas las mujeres moras y judías, de O´Donnel, de la tienda en que se firmó la paz y de todo cuanto hicieron en ella.

     255.    Un día de una gran acción dijo el Niño Jesús del Consuelo a la Madre María Cándida: "-Vamos al moro", y la Madre le dijo: "-Dueño mío, id vos, ¿qué tengo yo de hacer allí?"; pero repitiendo el Niño: "-Vamos al moro", tuvo que ir. La Madre iba vestida de aldeana con su sombrero de paja y andaba en medio de la acción, tan pronto en una parte como en otra sin temor a los peligros, dando agua a los soldados y un bálsamo para confortarlos. Los que la veían hacían diversas hipótesis sobre quién  sería aquella mujer, pero  uno que antes de ser soldado  la había conocido en su pueblo cerca de Toledo, en ocasión en que milagrosamente se había aparecido en él para librar de la muerte a un compañero suyo moribundo en la era por asfixia a causa del gran calor, se paró a mirarla despacio y la reconoció, diciendo: "-Esta es la Madre Cándida." Después de la guerra fué este soldado a ver a la Madre y la preguntó: "- Madre, ¿era usted la que estaba en los moros el día de la gran acción?", y ella contestó: "-Sí, hijo mío, yo era."



                                                   Grupo escultórico que representa a la Madre Cándida
                                                      socorriendo a un soldado en el campo de batalla 



       De la presencia de una mujer misteriosa en aquella acción dió testimonio a D. Manuel Raposo un artillero, hombre de verdad, que se halló en ella, y de tal mujer hablaron los periódicos de aquel tiempo. Don Pedro A. de Alarcón, en su Diario de un testigo de la guerra de Africa, después de describir la gran acción del 30 de Diciembre de 1859, dice: "En medio de estos episodios y figurando noblemente en cada  uno de ellos, vese a una mujer piadosa que va de cama en cama ofreciendo a los heridos cierta tisana refrigerante que los conforta y reanima... -Esta mujer es.... una peregrina casada, que con su marido va viajando de guerra en guerra; que estuvo en la de Crimea y viene ahora de la de Italia; que cumple quizá un voto, tal vez una penitencia; que pasa el día entre las balas dando su tisana a los heridos (sólo a los heridos), y la noche en los hospitales de sangre... -Tendrá treinta años, su figura es noble y hasta hermosa; viste largo sayal morado; se expresa como persona distinguida, y todo en ella es dulce, cariñoso, angelical.- El respeto que inspira sólo puede compararse al cuidado con que se oculta los días que no son de sangre ni  de lágrimas...-Y no sé más acerca de esta persona." Esta peregrina, que Alarcón creía francesa y casada, no era otra que la Madre María Cándida de San Agustín, y el supuesto marido era San Felipe Neri, que la acompañó en algunas de estas milagrosas excursiones benéficas.


...vese a una mujer piadosa que va de cama en cama ofreciendo a los
heridos cierta tisana refrigerante que los conforta y reanima... 

       La Madre misma contó después a D. Manuel Raposo que el agua  no sabía de conde se la traían, que en cuanto se la acababa un cántaro ya tenía otro, y que daba del bálsamo y no se la acababa, y continuando su relato añadía: "-¡Ay, hermano, qué sed tan rabiosa tenían los pobrecitos, con qué ansia bebían, hijo de mi alma! Tenía que andar por medio de los heridos y muertos, ¡ay!, que me partían las entrañas verlos en el suelo tendidos dando quejidos y clamando; y corría la sangre por el suelo como cuando degüellan los puercos de tantos como había muertos y heridos. ¡Ay!, ¡qué día pasé tan amargo y penoso para mi corazón!" Para pasar y experimentar algo de lo que los heridos padecían recibió también ella un balazo en la pierna derecha, que la entró por la corva y salió por la rodilla, quedándola el agujero abierto para prueba de la verdad.
 
          256.    Estando enferma doña Juana Vizcaíno en Madrid, su pariente D. Manuel Torres, que vivía con ella, salió como de costumbre por la noche un ratito al café, sin fijarse que la enferma tenía que tomar a ciertas horas sus medicinas. Acordándose de esto en el café volvió don Manuel en seguida a casa; pero ya la Madre María Cándida la había dado la medicina, diciéndola: "-¡Pobre  Juanita mía, qué sola te ha dejado Manolito! Ya ves, me voy en seguida que necesito descanso: vengo en este momento de Africa. Y ¡cuánto pobrecito enfermo hay allí!" En esto notó doña Juana que la Madre tenía sangre en el pañuelo y dijo: "-¿Qué es eso, Madre?" "Nada, hija mía, contestó ella; es un pequeño balazo que me ha tocado en la pierna y al atarla he manchado un poco este pañuelo. El Señor sea bendito que me da algo que pasar por Él." 


Pañuelo con manchas de sangre y colcha, todo ello, perteneciente a Madre Cándida de San Agustín.

  Y dicho esto se fué. Al día siguiente recibió D. Manuel una carta de la Madre en que le reprendía por haber dejado tan sola a la enferma, aconsejándole que no lo volviese a hacer.


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       Desde este blog se ruega a todas aquellas personas que encomendándose a la  poderosa intercesión de la Sierva de Dios Madre Cándida de San Agustín, obtengan alguna gracia o favor, lo comuniquen a:

                                            Monasterio de San Diego de Alcalá

                                                               MM. Agustinas
                                               13300 Valdepeñas (Ciudad Real)
                                                                 - ESPAÑA -
                                                            Tf: 926 32 21 05

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