Niño Santo del Consuelo,
de los cielos esplendor,
de los mundos alegría,
de los hombres Redentor
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Héme aquí en este destierro
y en este espinoso erial.
¡Ten compasión de mis ayes!
¡Líbrame de todo mal!
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A tí clama el desvalido
en su mísero vivir;
por tí suspira el doliente
en su penoso sufrir.
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Sólo tú mitigar puedes
del corazón el pesar;
sólo tú del alma mía
puedes las llagas curar.
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Desgracia grande la mía
entre lágrimas nacer;
pero mayor es morirme
sin amarte y conocer.
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Poco temo abandonar
este valle del dolor,
con tal que consiga un día
gozar de tu eterno amor.
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Desde ahora yo te ofrezco
mi voluntad, mi entender,
mi salud, mi vida toda,
mi corazón y mi ser.
Autor: Anónimo
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